Nos hemos olvidado de entender el sentido y profundo significado histórico de la Revolución Juliana, que este mes celebra su 90 aniversario.

Mirada al presente, trae lecciones para los sectores ‘plutocráticos’ que todo ven desde el interés comercial, rentista y para nada en función de patria.

Ese proceso que empezó el 9 de julio de 1925 y se extendió hasta 1931 no fue fácil y estuvo cargado de resistencia de las élites criollas, tras la debacle ocurrida con la muerte de Eloy Alfaro en 1912. Además, vino después de la masacre del 15 de noviembre de 1922 y en medio de una crisis económica compleja.

La liga de jóvenes militares frenó lo que hoy se diría un neoliberalismo voraz. Los cambios pensados y ejecutados por Luis N. Dillon cambiaron una parte del país, luego vino la reacción y ya sabemos cómo se reacomodó la oligarquía.

Es una lección para entender que los cambios reales y de fondo, cuando se quiere poner fin a la inequidad y a la injusticia, tienen rechazo de esas élites cuando, afectadas como hoy, llaman a las calles y apelan al pueblo. Por eso recordemos con sabiduría a la Juliana como una revolución también ética. (O)