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La violencia en las aulas escolares no se reduce únicamente al abuso físico entre compañeros; tampoco es un problema nuevo en los centros educativos del país.
Padres de familia, maestros y miembros de la comunidad educativa han aceptado diversas formas de agresión como un “asunto de muchachos”; algo normal que se produce a esa edad. Sin embargo, la realidad demuestra que el hostigamiento -en la mayoría de los casos, sicológico- crea traumas, y complejos, que dejan marcas por el resto sus vidas.
No olvidemos que el abuso suele trasladarse a las calles, y es entonces cuando nos preguntamos: ¿de dónde viene tanta violencia? Las riñas o el maltrato sicológico, tratados como eventos normales y propios de un segmento en el desarrollo de los seres humanos, degeneran en patologías mucho más complejas; es cuando padres de familia y autoridades educativas sienten que el problema se les escapa de las manos.
Entonces, y en el peor de los casos, el remedio improvisado resulta peor que la enfermedad, cuando las actividades planificadas para que los estudiantes ocupen su tiempo libre en cuestiones que los adultos consideramos altruistas y alejadoras de todos los demonios que se apoderan de las almas juveniles, no solucionan los verdaderos problemas y generalmente los agravan por el contenido represivo de los mensajes.
Ayer fue presentado en la provincia del Guayas, tanto en establecimientos fiscales como particulares, el proyecto “Semillero de la no violencia”, que aspira a capacitar a no menos de cuatro mil jóvenes -en una primera etapa- en el conocimiento organizacional de los grupos.
La iniciativa está orientada a redireccionar sus energías para que puedan emprender proyectos artísticos y culturales, desde su perspectiva de crecimiento. Las intenciones son inmejorables y el esfuerzo de las autoridades de Educación debe ser apoyado por la ciudadanía, para frenar el avance de la violencia.