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El Telégrafo

¿La ‘unidad nacional’ para restaurar el orden liberal?

29 de marzo de 2015

Ahora se escuchan ciertos llamados a la unidad nacional. Si es sensato, honesto y comprometido ese deseo, en la práctica estaríamos ante una realidad grave, lamentable y poco deseada. Incluso, para convocar a esa unidad habría que aceptar que hay un país dividido. En otras palabras: si la convocatoria a la unidad nacional de sectores de las derechas e izquierdas es plausible, ¿por qué en ese llamado no están incluidos otros sectores, organismos, gremios y/o las mismas autoridades?

Mucho más si esa convocatoria a la unidad nacional la hacen dos alcaldes y un prefecto, ¿por qué no participan de las reuniones de sus colegas? Incluso, si esas mismas autoridades están en la búsqueda de la unidad, ¿por qué no asisten a las reuniones regulares y formales de Congope y AME? ¿Unidad?

Más allá de eso hay en medio todo un debate de si esos llamados son y obedecen a una agenda auténtica para mejorar la calidad de vida de todos los ecuatorianos o apenas es un eslogan que esconde cierta estrategia que se va evidenciando en algunos actos, manifestaciones y operaciones políticas (con gran amplificación mediática, sin lugar a dudas).

Y si esa unidad fuese un canto bondadoso para afrontar los retos de la economía y la sociedad, ¿por qué uno de los polos de la derecha, liderado por un exbanquero y excandidato presidencial, en la semana que termina, dejó claro que hay otra ‘unidad’ en proceso de construcción?

Entonces, para bien del Ecuador, hay que hablar claro. Los datos de la realidad muestran una nación unida porque tiene procesos sociales, económicos, productivos, culturales y políticos en desarrollo, en los que participan todas las fuerzas. Otra cosa es que ciertos grupos no participen directamente, pero los hechos lo prueban todos los días: centenas de miles de maestros y estudiantes trabajan en la intensa transformación de la educación; obreros y empresarios sacan adelante la economía con emprendimientos, iniciativas y cambios profundos; campesinos, indígenas, afroecuatorianos y montubios sostienen y desarrollan nuestras identidades y cultura con una fortaleza inigualable; y, ‘para variar’: obras, leyes y políticas públicas son producto de un amplio consenso y apoyo popular.

Por lo mismo, si los llamados a la unidad nacional son sensatos, no puede haber líderes y partidos que nieguen todo lo antes mencionado, mucho menos que ese concepto sea utilizado para escandalizar con afán desestabilizador y estigmatizar la tarea y la misma realidad que la comprueban millones de compatriotas.

Lo que no dicen esos grupos que convocan a la unidad desde falsas premisas es que ahora, tras muchos años, por fin tenemos Estado, una institucionalidad y un marco jurídico sostenidos y legitimados en plena democracia. Ha sido gracias a esa democracia que esos grupos también pueden expresar sus criterios y participar en la búsqueda de poder y en la disputa política pacífica.

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