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El Telégrafo

¿La ‘unidad nacional’ es un eslogan para la exclusión?

01 de marzo de 2015

Ni como lugar común se acepta cuando en boca de ciertos políticos se convoca a la unidad nacional. No solo porque se deteriora la frase, el sentido y la razón de ser cuando se la usa en momentos clave o en situaciones concretas de verdadera urgencia o tragedia nacional.

Ecuador atraviesa uno de sus mejores tiempos, sin lugar a dudas. Lo reconocen propios y extraños. Las cifras están a la mano. Las entidades internacionales son más objetivas en algunos aspectos, sin desconocer que otras hacen todo lo posible por exacerbar ciertos temas para volcar la balanza a un solo lado de la problemática.

En ese escenario, nadie puede decir o creer que vivimos ya en el paraíso terrenal o que hemos superado todos los problemas más críticos. Al contrario, por fin han empezado a resolverse algunos asuntos que en el imaginario popular parecían eternos o como un ‘castigo divino’ por siempre. Y siendo así, claro que hay una resistencia al cambio, muchas veces camuflada de reclamo por las libertades y/o derechos aparentemente conculcados. Esa resistencia, además, paradoja de paradojas, surge de aquellos sectores que por décadas vivieron y gozaron de los privilegios del sistema.

Ahora bien, si quienes aspiran a la Presidencia de la República o dirigir los destinos del país (en la instancia que sea) apelan a la unidad nacional como puro artificio y eslogan, no solo que la usan perversamente sino que colocan un velo sobre sus verdaderas intenciones políticas.

¿Quién puede aceptar o considerar (que no sean esos analistas y periodistas alineados a un solo sector de la política) que a dos años de los comicios presidenciales el llamado a la unidad sea un discurso sensato, legítimo y patriótico?

Salvo porque la difusión de los medios de la misma línea ideológica es expansiva (a diferencia de lo ocurrido con la reunión masiva de los partidos progresistas de la ELAP) el encuentro de dos alcaldes y un prefecto, con la presencia de dirigentes de grupos de supuesta izquierda, considere como su pedestal a la Patria y a los problemas urgentes que afronta y requiere de la concurrencia de las mejores mentes y servicios.

¿Estamos seguros de que hace falta ‘la unidad nacional’ para afrontar las responsabilidades de un proceso electoral? ¿Hasta dónde esa unidad efectivamente constituye la base de una propuesta de poder, ‘sin ideologías’, para avanzar en la solución de problemas reales, concretos y con datos en la mano?

Posiblemente estamos ante el escenario de la descalificación de la política y ante el surgimiento del verdadero proyecto estratégico de la derecha mundial, anclado a derrotar las conquistas de los movimientos sociales y de los sectores populares.

Y si fuese cierto el deseo de unidad y de respeto a la diversidad, ¿dónde queda si excluyen a quienes apoyan el proceso político en marcha y las conquistas alcanzadas?

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