La semana que viene ocurrirá en Quito un evento trascendente: los mandatarios de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) se reunirán y a la vez inaugurarán el edificio de su sede. Y como acto simbólico, en toda su expresión, también marcará una nueva etapa para esta entidad regional, la más novedosa y movilizadora de todas las ideas y postulados propuestos en las últimas décadas.
En la Mitad del Mundo (donde se construyó el edificio de la Unasur) los presidentes latinoamericanos deberán dejar sentada su enorme voluntad de impulsar una auténtica integración, con el único objetivo de consolidar la soberanía, la descolonización y una cooperación para acabar con la pobreza, pero sobre todo para afrontar los retos de la globalización con todas sus ventajas y tensiones.
Es cierto que la Unasur ha sufrido una desaceleración. Cuando se inició hubo mucho entusiasmo, propuestas, ideas, iniciativas e ilusiones bien cimentadas. Claro, pasaron décadas desde que sus promotores la imaginaron. Han ocurrido varios problemas, como la misma muerte de su primer secretario general, Ernesto Kirchner. Pero la agenda histórica de este proceso sigue latente y con lo poco que se ha avanzado hasta ahora hay muchas tareas pendientes.
Por supuesto las coyunturas políticas concretas de cada país influyen en el impulso que hace falta, pero también es cierto que se han consolidado liderazgos y corrientes a favor de una mejor y mayor autodeterminación de nuestros pueblos. Nadie puede negar que nunca como ahora están sentadas y dadas las condiciones para el despegue efectivo y creativo de un proceso integracionista latinoamericano, original y propio.
Hay tareas que van desde la integración energética, el desarrollo de una infraestructura para la interconexión, la integración financiera, la protección de la biodiversidad, los recursos hídricos y los ecosistemas, hasta la cooperación en la prevención de las catástrofes y en la lucha contra las causas y los efectos del cambio climático.
Y hay una que en esta nueva etapa adquiere una prioridad histórica que garantice una verdadera independencia y soberanía: la definición e implementación de políticas y proyectos comunes o complementarios de investigación, innovación, transferencia y producción tecnológica, con miras a incrementar la capacidad, la sustentabilidad y el desarrollo científico y tecnológico propios. Pero hay otra donde América Latina tiene mucho que mostrar y potenciar porque nos respalda la historia y las centenas de pueblos ancestrales: la promoción de la diversidad cultural y de las expresiones de la memoria y de los conocimientos y saberes de nuestros pueblos para fortalecer sus identidades.
Así que esta semana tendremos la gran ocasión de afirmar los anhelos de nuestros próceres históricos.