Los alcaldes de Quito y Guayaquil han hecho bien en acudir al llamado del Gobierno para coordinar la visita oficial del papa Francisco. No se trata de una acto protocolar clásico y, por lo tanto, tampoco se puede tratar solo como un asunto diplomático. Esta visita contiene un elemento particular y complejo: Francisco llega para reunirse con millones de creyentes en misas campales y ello implica un conjunto de medidas que no se reducen a lo que determine la Iglesia católica ni lo que cada alcalde haga por su lado. Además, hay que considerar que la seguridad de eventos de esta magnitud conlleva coordinación interinstitucional, sin lugar a dudas. Tampoco puede verse como un acto de masas como si fuese un concierto musical y mucho menos una reunión privada con un grupo escogido y de élite. Ahí habrá que considerar que la comunidad católica ecuatoriana, de todo el país, solo tiene una ocasión para participar con el máximo representante de ella. Por lo mismo, todo lo que se haga y decida debe mirar la complejidad de esta visita. Y, sobre todo, pensar en esa vasta comunidad creyente popular. (O)