No hay duda de que nuestra geografía y gente son un tesoro y un enorme atractivo para el turista extranjero. Lo testimonian las centenas de miles de ciudadanos del mundo que llegan a nuestra patria cada año.
Y es verdad que un ‘empujoncito’ mediante la publicidad y promoción tradicionales hace muy bien, pero hemos comprobado que un país con estabilidad política, con un gobierno e instituciones legítimos, con infraestructura y seguridad, además de tesoros naturales valiosos, es el gran ‘gancho’.
Hemos crecido en cifras y en demanda, pero no es suficiente. Un país turístico debe cuidar su patrimonio y no someterse a la lógica del mercado homogeneizador. Si por algo nos visitan es porque somos diferentes y tenemos potentes valores y virtudes propias.
Para fortalecer la llamada ‘industria sin chimeneas’ hace falta también construir un ambiente de armonía, que destierre a esos agoreros del desastre que hablan de un país que está solo en sus cabezas para abjurar de todas nuestras bondades y talento.