La entrevista concedida a este diario por el presidente Rafael Correa, publicada el lunes último, expone algunas consideraciones para evaluar los siete años de su gestión y reflexionar sobre los retos expuestos.
Por ejemplo, el Primer Mandatario hace un reconocimiento de aciertos y errores políticos y económicos pocas veces abordados por la llamada opinión pública con la debida responsabilidad pública. Y en esa reflexión también están implícitas otras demandas para la construcción de una sociedad del Buen Vivir que este Gobierno no ha logrado aún profundizar por diversas razones.
En lo fundamental está por delante una búsqueda colectiva para elevar la producción a niveles que nos garanticen no depender ni de la agroexportación ni de la importación de bienes que pueden y deben ser de producción nacional. Bien ha dicho Correa que al empresariado le ha gustado lo fácil, una comodidad con apoyo estatal y en beneficio de la rentabilidad y no del desarrollo. Los empresarios emergentes y con mentalidad de cambio saben que tienen las condiciones y los estímulos para generar riqueza y bienestar a partir de creatividades y compromisos que vayan más allá de la simple rentabilidad capitalista. Y es en ellos que se afincan las mayores esperanzas para participar activamente en el cambio de la matriz productiva.
No queremos decir que no haya ese espíritu, pero parecería que esos empresarios aún no expresan sus visiones ante la avalancha de viejos paradigmas y modelos expresados regularmente por los representantes de las ‘viejas’ cámaras de la producción.
Y por supuesto, también hay una exigencia para elevar la eficiencia en la gestión pública. La inversión estatal ha sido enorme y extensa. Por lo mismo, la burocracia debe afinar el principio de servicio para una sociedad que no requiere favores sino resultados inmediatos. La calidad de la gestión debe alcanzar récords en todos los niveles. Solo así se consolidará esa recuperación de lo público y se desecharán esos discursos de que lo privado es el único símbolo de eficiencia y responsabilidad.
Al iniciar el octavo año de gestión, el Gobierno actual carga en sus hombros una experiencia y un pasado para evaluar todas sus potencialidades y fallas reales. Y con eso sabe que, además de la popularidad, hay signos muy hondos que la gente reconoce en la administración como expresión de un proyecto político auténtico. Bastaría para ello revisar el informe de una revista colombiana que habla del ‘milagro ecuatoriano’ y advertir todo lo que se pudo hacer en siete años y lo que queda por concretar.