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El Telégrafo

La parábola del jorobado y el borracho

01 de junio de 2011

Es como si el borrador del informe de la Contraloría, sobre el manejo de diario El Telégrafo desde el 1 de enero de 2007 hasta el 31 de enero de 2010, hubiese movido el avispero: dos emblemáticos miembros de la Asociación de Editores de Periódicos (Aedep), y dueños de los diarios El Comercio y El Universo, muy presurosos y de común acuerdo con Teleamazonas, han mandado a interpretar el texto a sus editores, desde la tradicional miopía periodística que los caracteriza; incluso han titulado de la misma manera en portada y en interiores. Todo un ejemplo de objetividad e independencia.

Para quienes formamos parte del Decano de la Prensa Nacional, solo el informe final determinará si hubo manejo incorrecto de los recursos económicos y dirá los nombres de los responsables. Cabe aclarar que desde 2010 hay una nueva administración a cargo de las operaciones financieras y comunicacionales; por tanto, sería incorrecto construir afirmaciones o excusas sin fundamento sobre lo que hizo o dejó de hacer el diario. Las responsabilidades caerán sobre quienes abusaron de los dineros públicos.

El ex presidente de la República Carlos Julio Arosemena Monroy en el Congreso le dijo una vez  a don Asaad Bucaram “jorobado” y este le respondió “borracho”; el ex mandatario le contestó: “Sí, pero a mí se me quitará mañana”.  Así que, con todo el respeto por citar a los aludidos, este corto pero sabio diálogo calza muy bien a los protagonistas de esta batalla que apenas comienza. Con el pronunciamiento definitivo de la Contraloría terminarán los problemas de un periódico público en crecimiento, no así los de nuestros detractores que están obligados a explicar en qué invierten sus ganancias; el nombre del gimnasio en el que entrenan para lograr una cintura política que les ha permitido ejercer el poder de veto contra ministros o jefes de Estado, incómodos para sus intereses; las virtudes de tíos, primos o hermanos para ingresar al cuerpo diplomático, sin reunir las condiciones y méritos exigidos; el silencio guardado sobre obras públicas que fueron un fracaso, como la procesadora de basura y la Terminal Terrestre de Guayaquil. Y hay más; mucho más.

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