El estado de excepción que decretara el Gobierno en el mes de marzo con el fin de mitigar los efectos de una pandemia que cambió la forma de relacionarnos acaba de concluir.
En consecuencia, un sinnúmero de restricciones empiezan a levantarse, lo que obliga al ciudadano a ser más responsable con su vida y con la vida de quienes lo rodean, más aún cuando los coletazos del covid-19 siguen moviendo las estadísticas.
El uso de mascarillas (de cumplimiento obligatorio); el distanciamiento social y el constante lavado de manos pueden menguar ostensiblemente el número de contagios, sin embargo no son la panacea, de ahí que el COE nacional tomara una serie de medidas que serán en adelante la línea directriz en torno al control de las aglomeraciones, caldo de cultivo de contagios.
Así tenemos por ejemplo que aquellas personas que ingresen al país deberán haberse hecho previamente la prueba de PCR y si no la tuvieran someterse a 10 días de aislamiento preventivo, además los espectáculos públicos están prohibidos y la apertura de discotecas quedará a discreción de los COE cantonales.
En cuanto al transporte interprovincial su aforo no podrá superar el 75%, mientras que el transporte cantonal deberá coordinar las rutas con los cantones de arribo a fin de que, considerando que cada COE local toma medidas en función de su situación, no haya caos ni asimetrías.
En cuanto a las playas cada uno de los gobiernos autónomos descentralizados (GAD) regulará su aforo y su horario de apertura.
El país va normalizándose, pero uno de los mayores problemas humanos es la incertidumbre, el no saber qué va a pasar mañana. ¿Volveremos a ser las mismas personas que éramos antes de la pandemia?
Esta interrogante nos brinda la oportunidad de hacernos responsables de nosotros mismos, de reinventarnos y finalmente de ponderar el hecho de que si yo me cuido, cuido a mi familia. Hemos pasado la prueba de resiliencia, falta aún sortear el test del aprendizaje: seamos responsables. (O)
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