La solución al conflicto fronterizo entre Ecuador y Perú nunca contó con el apoyo activo, decidido y propositivo de la OEA. Es más, el acuerdo final vino -sobre todo- del empeño de los países garantes y no de uno continental para forjar la paz entre las dos naciones. Algo parecido ocurre ahora con el conflicto entre Colombia y Venezuela.
A nadie se le ocurre ir a Washington, sede de la OEA, para abordar cualquier salida o solución a este u otro conflicto. Por eso es oportuno imaginar una salida creativa a su agonía. Algunos dirán que sin EE.UU. es imposible pensar en una organización continental. Y nadie dice lo contrario. Lo objetivo y pragmático es saber para qué sirve la OEA y de qué modo EE.UU. asume su protagonismo político en nuestro continente sin imponer ni mucho menos dominar la escena diplomática cuando por delante hay principios y valores democráticos y soberanos que no se pueden soslayar.
Unasur y Celac han demostrado en la práctica el sentido de la nueva institucionalidad para nuestra región y el valor de su actuación a favor de la paz y la verdadera integración. (O)