La provocación es útil. Mucho más cuando se trata de invertir los presupuestos lógicos con los que actúan ahora los políticos tradicionales y, ¿por qué no?, los supuestos pensadores de siempre.
Resulta que la ecología ha estado en sus prioridades políticas, programáticas y hasta filosóficas.
Por ejemplo, un exbanquero y excandidato presidencial dice que no hay que explotar más petróleo, pero levantó la bandera de “cero impuestos” y nunca explicó cómo se financia el gasto público. Y ahora él mismo aportará con sus votos “presidenciales” a la posible consulta, demanda impulsada principalmente por los movimientos afines a la Izquierda Plurinacional.
Otro: un exalcalde capitalino abandera la defensa del Yasuní desde la condición de empresario del turismo, ¿pero es el mismo que no acepta ni justifica los permisos ambientales para construir hosterías en zonas aledañas a Quito?
Entonces, desde una apropiación muy perversa de conceptos y definiciones, ahora podemos hablar (como lo hacen varios analistas que han escrito en este diario en la semana que finaliza) de una camada de neoecologistas con una profunda convicción: el Estado no puede ni debe recibir recursos desde la naturaleza y solo debe administrar su depredación y expoliación.
¿No fue eso lo que hicieron los gobiernos a los que pertenecieron ese exbanquero y ese exalcalde?
Pero también es cierto que cuando se construyó el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP), atravesando zonas de reserva ecológica, los medios comerciales y privados defendieron esa obra porque “inyectaba” recursos a la economía. Ahora los editoriales de los “neoecologistas” medios privados (que usan papel, gasolina y electricidad para su negocio) se lamentan de la decisión sobre el Yasuní y convocan, entre líneas, a apoyar la realización de la consulta.
Por ello, lo de fondo está en lo que los grandes pensadores mundiales plantean para salvar al planeta de la contaminación: una adecuada y prolongada estrategia a favor de la reducción de la contaminación en los países más industrializados. Y al mismo tiempo, con mucho sentido, señalan que en cada individuo hay un grado de responsabilidad sobre lo que hacemos y dejamos de hacer con la naturaleza.
Y surge la pregunta: ¿son conscientes los neoecologistas del uso inadecuado de los combustibles con los que se movilizan para ejercer su derecho a la protesta? ¿La gasolina usada, desde su individualidad, no forma parte del consumo masivo del que nos lamentamos cuando hablamos de extracción petrolera?