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La indignación empezó en Túnez y rápidamente se extendió al Medio Oriente. Los órganos de prensa bautizaron a esta eclosión como “primavera árabe”. Es evidente que, en lo que va de 2011, la convulsión social que observamos tiene sólidos fundamentos, tantos que se han esparcido por Europa. Primero en España, luego en Francia, después Alemania y Grecia. El hilo conductor no pasa solo por la demanda democrática, sino por la igualdad y la condena a una crisis que destruye vidas y rescata a los potentados.
En Latinoamérica, por ejemplo, los estudiantes exigían gratuidad y educación de calidad; en Brasil, cero corrupción en la política. Y cuando todo parecía indicar que las muestras de disconformidad habían llegado al clímax, a otro movimiento se le ocurrió tomarse Wall Street, el corazón del capitalismo mundial en Nueva York. Para ello recurrieron al poder de las redes sociales y acamparon en una plaza. Los grandes medios estadounidenses no le prestaron atención al principio, pero tras una nutrida movilización ocurrida el sábado, la situación cambió de color y los analistas la llamaron “otoño norteamericano”.
Este gran país, que siempre ha demandado a los gobernantes de otros países para que escuchen a sus ciudadanos, ahora se encuentra en una situación incómoda por la débil recuperación económica, alta tasa de desempleo, un Congreso que se rehúsa a elevar los impuestos a los ricos y una prestación de servicios cada vez más cara.
Ante esta situación, las manifestaciones callejeras de los jóvenes indignados, que son muy raras en ese país -más aún en una ciudad como Nueva York, la “Gran Manzana”, identificada con el éxito y la riqueza- están orientadas a que la sordera por conveniencia termine y son el reflejo de un pedido mundial para que el modelo capitalista se redefina, una vez cumplido su ciclo de inequidad.
Los privilegios a los millonarios deben trasladarse a educación de calidad y servicios gratuitos de salud. La potencia más grande del mundo y sus socios están en una encrucijada.