¿Qué significa ser de izquierda? ¿Es un estado mental o una actitud frente a la vida? Estas interrogantes llegan con frecuencia al Decano de la Prensa Nacional en busca de respuestas ante el posicionamiento actual de sectores que, en otras instancias y tiempos del activismo estudiantil, sintieron la necesidad de cambios orientados a romper las estructuras feudales, por un lado, y el ingreso del país a la modernidad del siglo XX. Algunos de sus cuadros apoyaron la opción de Rafael Correa como Presidente de la República y, posteriormente, la reescritura y vigencia de una Constitución que sirviera “para los próximos trescientos años”.
Pero -lamentablemente- desertaron y han terminado mordiéndose la cola, como el pequeño monstruo llamado “atrapa y devora” en la película de los Beatles “El submarino amarillo”, que al terminar con todo lo que le rodea se traga a sí mismo. ¿Y a qué viene la referencia? A que estos presuntos zurdos, al apoyar el No, demostraron debilidad y la certeza de que los extremos, sobre todo los de izquierda, terminan por fundirse con la derecha que es más atractiva, pues tiene papeles estelares en sus escenarios.
¿Fatalismo? No; solamente un poco de filosofía popular, como la de nuestros abuelos: Cuando quieras conocer a alguien no escuches lo que dice; mira lo que hace. A estos noveles fariseos y profetas de la componenda les calza muy bien el Sí rotundo (la mitad más uno se denomina mayoría) de la consulta popular, porque los sistemas políticos que emanan del pueblo, sin intermediarios, sobreviven a los desafíos que se presentan en forma de severas crisis coyunturales.
Los verdaderos líderes aprenden a navegar con buen tiempo, pero también logran hacerlo con fuerte oleaje, desafiando el peligro de naufragio.
Los jacobinos, en la lucha por abolir la monarquía en Francia y proclamar la República, crearon tribunales populares para juzgar y condenar a la guillotina a quienes se oponían a su concepto de revolución. Finalmente pasaron ellos por el juicio de la historia y probaron la cuchilla.