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El Telégrafo

La FIFA abusa o explota lo peor del capitalismo

31 de mayo de 2015

Como la mayor organización privada ‘sin fines de lucro’, la FIFA ha hecho uno de los más lucrativos y exitosos negocios del mundo. Y, además, conjuga -en todos los tiempos- lo privado como un vector de presión (y ¿por qué no? de explotación) sobre lo público para su beneficio muy particular.

En el apogeo de lo más ‘sublime’ del capitalismo, no cabe duda de que nada lúdico -mucho menos el fútbol- es gratis ni por el ‘amor a la camiseta’. Al contrario, este modelo ha logrado revolucionar todo su ‘espíritu’ para exprimir dinero de todo lo que parezca inocente, dadivoso o placentero.

Ahora, tras el escándalo de los sobornos, la FIFA (¡por fin!) revela su naturaleza real, deja atrás una estela de falsas bondades y se coloca en lo que para muchos expertos, críticos y sus mismos seguidores (no olvidemos que grandes figuras del fútbol advierten desde hace mucho tiempo sobre la calidad ética de la gestión de la dirigencia) es la razón de ser: la reproducción del capital, la explotación del talento de millones de jugadores y la generación de un supuesto fervor por un deporte masivo que solo ha sido posible por todo lo que se conoce ahora.

La FIFA es la organización mundial más grande, con miembros que en número supera a los de la ONU y que por esa condición constituye, en términos políticos, un poder fáctico de proporciones transnacionales. A tal punto ha llegado su poder que no hay nadie que pueda ganarle un juicio o entablar una demanda, por más justa o legítima que sea. Ahora que la justicia estadounidense y suiza han iniciado procesos judiciales complejos, parecería que algo podría cambiar en este terreno.

Lo que en realidad está en debate no es si su máxima autoridad, los titulares de las federaciones nacionales y ciertos grupos afines han usufructuado de su condición para beneficio personal, sino el uso perverso de una supuesta representación nacional a través de una organización de índole privada, que presiona a gobiernos, empresas y personas para que su negocio sea parte de la agenda pública general. Ahora se entiende por qué se mueve tanto dinero y se explota con tanto rigor a este deporte y a los futbolistas. Y también podemos descifrar hasta dónde llega su poder para provocar un supuesto paradigma deportivo alrededor del éxito de un grupo reducido de jugadores y de equipos.

Habrá que pensar en el futuro de la FIFA (y quién sabe si el mismo deporte y empresariado futbolístico) tras la denuncia de estos abusos con el dinero que sirvió para definir partidos, campeonatos, torneos mundiales y el destino de equipos y jugadores en momentos clave.

Si prima la ética y la responsabilidad pública, habrá que revisar hasta dónde influye en la determinación de políticas, eventos y hasta leyes generales de muchos gobiernos bajo la presión del interés económico de la FIFA. (O)

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