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El resultado electoral de ayer revela dos cosas claves: cuando un proceso se afinca en un proyecto sólido el electorado no se deja engañar por las luces de neón y menos por la oferta hueca; y, la prensa que aupaba la elección de la contrincante de la actual mandataria brasileña, cuando Dilma Rousseff retomó, junto a su partido, la ofensiva política, dejó de poner en las primeras planas los comicios en Brasil.
Es decir, ayer se pudo demostrar cuánto pesa el trabajo responsable de un gobierno y la incidencia directa en sacar de la pobreza a grandes conglomerados. Y al mismo tiempo, los grandes aparatos financieros y mediáticos han tenido que resignarse a ser lo que son: actores políticos sin el peso necesario para torpedear los grandes cambios.
El socialismo que se construye en Brasil es ante todo un proyecto a favor de las grandes mayorías, para superar el colonialismo y una estructura excluyente. Y al mismo tiempo para fortalecer la integración regional bajo la absoluta soberanía latinoamericana.