Malasia, Tailandia e Indonesia anuncian la realización de una cita de alto nivel para afrontar -ojalá con la urgencia del caso- la crisis migratoria. Claro, hacen estas reuniones cuando miles de migrantes han muerto en el mar, otros tantos han desaparecido y muchos más atraviesan por hambre y exclusión. Y, para variar, la diplomacia camina al paso de sus ritmos, siempre lentos, con procesos burocráticos pesados y sin la urgencia de una crisis humanitaria.
Más allá de eso, el mundo entero debe actuar y reaccionar porque esta crisis migratoria revela la desigualdad generada por un modelo y unas condiciones concretas del neocolonialismo. ¿Ahora podemos exigir una respuesta a quienes se regocijaron con la caída del líder libio y hoy no saben cómo administrar un país devastado? ¿La necesidad de precautelar los puestos de trabajo locales expulsa a quienes antes veían como mano de obra barata y que enriquecieron a esos países que ahora imponen barreras legales a una práctica ilegal que los benefició? La ONU y las grandes potencias están en deuda con esos millones de ciudadanos pobres. (O)