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El Telégrafo

La barbarie de Occidente ha sido mucho más terrorista

05 de abril de 2015

Andreas Lubitz, el copiloto del A320 de Germanwings estrellado en los Alpes franceses el 24 de marzo, es objeto de todo tipo de análisis -siquiátrico, neurológico, sicológico y médico- en general. Para toda la prensa occidental y sus analistas, no es un terrorista, su acto no constituye ninguna expresión de barbarie. El psiquiatra español Francisco Toledo establece que el caso de este copiloto “no tiene nada que ver con la depresión ni con las enfermedades mentales”, sino que “responde a una personalidad de tipo maligno”.

De hecho, el enfoque a su crimen no pasa por los mismos parámetros y ‘estándares’ al que someten si el autor de un acto de esa naturaleza hubiese sido un ciudadano árabe.

En otras palabras, el asesinato de 150 personas, entre ellos varios jóvenes que regresaban de un intercambio estudiantil, es visto como un asunto ‘muy particular’ y no como la expresión de otra forma de barbarie, de una enfermedad provocada por una sociedad, un conjunto de ‘estímulos’ propios de un contexto social y de la estructura ‘sicológica’ del mundo occidental. Cuando ocurren hechos de esta naturaleza no se habla de una cultura, ni de una religión y menos de un síntoma social. Lo mismo pasa cuando un ciudadano estadounidense entra a una universidad y asesina a sus compañeros a mansalva. No, ahí es un problema sicológico de un muchacho que veía demasiadas películas de violencia y tenía acceso libre a la compra de armas de grueso calibre en la tienda de su barrio.

No hay cifras exactas de cuántas muertes y masacres ha provocado la sociedad occidental desde que se propuso vengar el horrendo crimen de las Torres Gemelas.

Esa cruzada para acabar con todo lo que huela a ‘terrorismo islámico’ conlleva, además, la producción de reportajes, películas y series innumerables de xenofobia inigualable. Y todo eso para justificar la imposición de una cultura en medio de una crisis civilizatoria reconocida y explicada, ante todo, por respetados intelectuales estadounidenses.

En estos días -solo como ejercicio académico e intelectual- bien cabría comparar el tratamiento al horrendo crimen del copiloto (con toda la cadena de banalidades mediáticas que ya lo atraviesan) con el también horrendo crimen en una universidad de Kenya, donde se asesinó a 147 personas. El enfoque y la redacción de las noticias son cargadas de adjetivos en la misma lógica establecida para cualquier otro acto que desde Occidente se califique de terrorista. Dirán algunos que no es lo mismo lo que hace un individuo que lo hecho por un grupo identificado con causas políticas. No, ese copiloto tenía unos problemas de la ‘cultura occidental’, como lo han enfocado otros analistas y médicos. Y si lo que hizo es catalogado como un momento de ‘locura’, quizá bien valdría entender que esos ‘momentos’ también son expresión de la cultura occidental, donde hay mucho de barbarie en el manejo informativo y en el mirar al otro, a su diferente.

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