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El Presidente de la República declaró el martes pasado -mediante decreto ejecutivo- al 12 de octubre como Día de la Interculturalidad y Plurinacionalidad, en lugar de la conmemoración aprobada por el Congreso Nacional en 1950, como Día del Descubrimiento de América, o de la Raza.
En la construcción de un Estado diverso, que es el caso que estamos viviendo en Ecuador, hay que poner en orden las formas de interacción para facilitar la integración y la convivencia.
Con la llegada de los españoles en 1492 -a un continente del que no tenían idea- no se produjo un encuentro cordial en el que la piedad cristiana, que cuestionaba si tendríamos alma, trató de evitar el sometimiento parapetado en una cruz.
Esa intromisión produjo la desconexión entre el conocimiento, la vida y el arte, y armó un artilugio en torno a la formación cultural de este continente, que puso las bases para que los criollos tomaran plena conciencia del grado de destrucción de todo lo que fuera aborigen y de la acción genocida sobre los nativos a causa del nuevo sistema para el surgimiento de otro espíritu y un nuevo pueblo llamado América Latina.
El mestizaje étnico, cultural y político producido en tierras americanas es la mejor apología al valor y a la capacidad de sobrevivencia.
Simón Bolívar y José de San Martín, educados bajo la ilustración liberal, lograron perforar el filtro ideológico de la administración colonial y de la Iglesia para que fuéramos libres y conscientes de nuestros males, a pesar de que nos desgastamos luchando solamente contra los síntomas mientras las causas se eternizaban. En esta pugna sórdida permitimos que nos escriban y oficialicen una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se ganaron batallas que nunca ocurrieron y se sacralizaron glorias que nunca merecimos.
Pero el tiempo de recuperar la memoria colectiva y los vínculos basados en la diversidad cultural, por una patria altiva y soberana, de justicia y equidad, corre desde hoy y no se detendrá jamás.