La Municipalidad de Guayaquil viene ejecutando, en los últimos meses, una serie de obras en distintos sectores del centro y norte de la ciudad con el objetivo de completar la red de tuberías del servicio de agua potable y mejorar la estética de sus vías. Una de las concesionarias, por ejemplo, ejecuta trabajos en sectores de la vía a Daule, Miraflores y Urdesa Central para alcanzar el objetivo trazado. La ciudadanía comprende que las obras son necesarias para cubrir sus necesidades. Pero a pesar de los diez años que lleva la empresa proveedora del líquido vital en la ciudad (arribó el 11 de abril de 2001) aún no ha completado la red de tuberías.
Los guayaquileños toleran todo tipo de disgustos -como los cortes de más de 24 horas- sabiendo que los trabajos beneficiarán al colectivo. Sin embargo, la paciencia tiene límites. El denso tráfico vehicular que soportamos todos los días empeora debido a los trabajos inconclusos. La remoción de la capa asfáltica y el cierre de veredas para enterrar las tuberías crean, en las de por sí angostas calles de Guayaquil, un caos fenomenal e inintencional.
Los problemas, incomodidades y peligro también afectan la seguridad de los peatones: más de uno tiene que meditar antes de lanzarse a la calle para poder cruzarla, debido a los trabajos. En Miraflores, por ejemplo, las ingenieros han optado por edificar endebles estructuras para el paso de los transeúntes; pero no cubren las necesidades de quienes viven en el barrio o realizan alguna diligencia en el sector.
Negocios tales como como bares, restaurantes, o centros comerciales del norte de Guayaquil están soportando ingentes pérdidas porque su clientela prefiere evitar los riesgos derivados de los trabajos en las calles.
El Cabildo debe comprender que el éxito de una administración también se mide por el fiel cumplimiento de los cronogramas de sus contratistas, y así evitar molestias a quienes pagamos cumplidamente los impuestos.