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El Telégrafo

En los umbrales de la decepción

28 de marzo de 2011

Al Presidente de Estados Unidos debe atormentarle la probabilidad de anteponer una posición ética a una solución posible en la crisis del Medio Oriente y el norte de África, porque pende sobre su cabeza, cual espada de Damocles, el estigma del modelo Bush que montó una patraña nuclear para invadir a Irak. Mediar o no mediar, ahí está el dilema; pero también el papel de poner o no poner  títeres bajo el pretexto de evitar una pugna por captar el poder, evidente entre los militares que son quienes tienen las armas en la sucesión que podría ocurrir en Yemen y Libia.

Al Mandatario, un hombre culto e inteligente, también le debe pesar el conocimiento enciclopédico de una cadena de hechos cuando él aún no había nacido: el fin de la Segunda Guerra Mundial y el proceso de descolonización en Asia y África, con el inicio de la liberación del dominio francés de Argelia, Túnez y Marruecos, y la independencia de Ghana, Nigeria, Sierra Leona, Tanzania y Uganda, de los ingleses.

Es cierto que las etapas más importantes ocurrieron entre 1956 y 1962, años que bastaron para terminar con una forma de dominación que llevaba hasta un siglo, y que en 1941, con la Carta del Atlántico, se reconoció el derecho de los pueblos a elegir su forma de gobierno; lo que llamamos autodeterminación de los pueblos.

Barack Obama tiene el honor de haberse graduado en la Universidad de Columbia y no puede ignorar estos hechos. Durante la campaña electoral de 2008, que lo convirtió en el primer Jefe de Estado afroamericano, se refirió, entre otros temas, a la esclavitud, el dominio colonial y el supremacismo blanco en EE.UU. Pero ya en funciones ha tenido que afrontar serios problemas en la economía de su país, sin resultados que satisfagan a quienes perdieron, con la esperanza, casa y trabajo. Para la geopolítica mundial, la oportunidad de que un sujeto histórico ajeno al poder blanco lidere una nueva concepción de equilibrio y respeto se va diluyendo.

Lo que ocurra con Libia, Siria y Yemen, entre otros países que se encuentran sorteando su futuro, puede salvar o condenar al carismático gobernante. Quienes practicamos el escepticismo frente a la teoría de los hechos consumados del imperio, aún esperamos un espacio para la reflexión y el daño colateral a terceros.

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