Muchos dijeron que llegó a su fin la etapa más progresista de Argentina. De hecho, periodistas, políticos y analistas de derecha, hace menos de un año, no solo hacían cálculos y apuestas a favor de su candidato sino que también diseñaban los libros de la supuesta nueva era de su patria. Y en estos días, incluso, los más duros críticos de Cristina Fernández la despiden en todos los tonos posibles: con ironía y burla. Pensaron, como en otros países de nuestra región, que una simple calculadora de sentimientos, los titulares y la procacidad, bastaban para cambiar la opinión y hasta el sentir de la gente. Pero la realidad es terca.
Claro, porque en democracia todo eso ocurre por voluntad de los ciudadanos y no por decisión de una dictadura, o de empresas multinacionales, o de un aparato político-mediático internacional. Si bien las elecciones argentinas serán las más seguidas por la prensa mundial, hay comicios también en Haití, Guatemala y Colombia. En estos tres países, como se entenderá revisando la historia, las elecciones han sido, a veces, un simple trámite o, por qué no decirlo, una ilusión, en algunos casos porque no hubo plena participación y en otros porque las dictaduras sangrientas impusieron no solamente mandatarios sino formas y modelos de gobierno diseñados en otros países.
El caso colombiano es de alto interés porque significará una señal para el proceso de paz entre el gobierno y las FARC: ¿hasta dónde la democratización de los procesos políticos y su manifestación en las urnas dará paso a un futuro mucho más dinámico alrededor de la paz y no de los guerreristas? Además, en los poblados, municipios o departamentos ese proceso reflejará hasta dónde ha dado fruto la voluntad de los actores del conflicto que, tras las reuniones en La Habana, han sentado un precedente mucho más provechoso que todo lo actuado en ocasiones anteriores.
Colombia verá estas elecciones como un gran salto democrático y quizá ello se constate en una mayor presencia de electores porque, como se sabe, todas las anteriores pecan de un alto abstencionismo. Y si eso ocurre, con la firma de la paz se dará un paso duro y crudo a favor de la profundización de la democracia plena y participativa.
En Haití también se consolidan sus instituciones. Tras la crisis política de los años 90 y los graves efectos de la tragedia económica y climática parecería que la democracia fuera el único camino para afrontar las enormes dificultades. No hay otra fórmula. Y en Guatemala hay incertidumbre, no por lo que dicen las encuestas sino por el escepticismo que se tiene de la política a causa del impacto en la conciencia nacional ante la renuncia, enjuiciamiento y detención del último mandatario electo. Nadie asegura que todo está en orden y a favor de un proceso electoral que redunde en más democracia, pero al final de cuentas serán los electores quienes dispongan quién gobernará y para qué requieren un programa del corte que ofrecen los dos finalistas.
Parecería que quedaron atrás los intentos de menoscabar la democracia con golpes e intentonas. América Latina es, hoy por hoy, ese espejo en el que hay que mirarse para entender la historia en toda su complejidad. (O)