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En la sociedad existe un sinnúmero de oficios que calan profundo en las bases de los núcleos humanos, pero pocos son tan nobles como la labor que desempeñan los docentes.
Para los profesores puede resultar difícil recordar los nombres de todos y cada uno de sus alumnos, pero nadie pone en duda que las palabras, las enseñanzas y las experiencias que ellos brindan son capaces de cambiar el destino de sus estudiantes.
En los últimos días, en el país ha surgido una nueva polémica por una de las estipulaciones de la Ley de Educación Intercultural que establece que los maestros deben cumplir sus ocho horas laborables.
Agrupaciones sindicales del magisterio han levantado su voz de protesta ante la medida, argumentando que, al exigir que se cumplan estas horas, se limita la posibilidad de que los profesores tengan otra fuente de ingresos.
Uno de los principales valores de los docentes es justamente el grado de sacrificio que esta noble profesión ha tenido desde tiempos inmemorables. El alargar el horario de trabajo de los maestros conlleva un beneficio incalculable para los estudiantes, ya que -por ejemplo- en horarios extras los maestros podrán trabajar con aquellos alumnos que presentan problemas en alguna materia, en esos períodos se podrán detectar falencias estudiantiles y, ¿por qué no?, fallas en los propios educadores.
El Ecuador vive momentos de cambios profundos e irreversibles, situación de la que nuestros maestros no pueden estar ajenos.
La hora del sacrificio por el bien de los estudiantes ha llegado a su momento cumbre.
Ahora, también será responsabilidad del Gobierno continuar con los programas de estímulos económicos para el magisterio, fin de compensar esas horas en las que, actualmente, nuestros profesores se dedican a realizar otras actividades para ganarse el pan de cada día.