No hay duda de que el liderazgo de Rafael Correa lo ubica en el escenario político como la única figura representativa, en lo que va del siglo XXI.
El retorno a la democracia en 1979, de enorme significado para la historia republicana del país, entre otras recuperaciones soberanas, marcó el retiro de los militares a sus cuarteles. La euforia se convirtió en inestabilidad política y debilitamiento de la economía que terminó en el colapso financiero de 1988-1989, la pérdida del señoreaje y la adopción del dólar a 25.000 sucres, en el 2000, medidas que constituyeron una cortina de humo para favorecer a la banca quebrada.
En la década transcurrida, hasta la elección de Rafael Correa en enero de 2007, el país tuvo seis mandatarios, ninguno de los cuales terminó un período completo. Por ello, al asumir el mandato prometió que pondría fin a esa cadena de miseria e inequidades cometidas por los grupos oligárquicos en la “larga noche neoliberal”.
Para los “viejos zorros” de la política partidista tradicional, con un novato en el escenario sería muy fácil retomar el control, doblegándolo y sometiendo clientelarmente a las flamantes bases ciudadanas, ansiosas de participar en la revolución anunciada. Este joven economista, educado en Europa y Estados Unidos, sabía que el cambio radical de las estructuras no serían posibles sin una Asamblea Constituyente; entonces la convocó y obtuvo un respaldo masivo, como nunca antes alguien lo consiguió. Así empezó la era de las “manos limpias y corazones ardientes”.
Pero necesitaba tiempo para concretar las reformas y participó nuevamente en elecciones y triunfó frente al ex presidente Lucio Gutiérrez.
Desde entonces, la lucha contra la partidocracia y el poder mediático, empeñados en mantener intocados sus excesos, ha sido constante. Por ello consultó el sábado 7 a sus mandantes sobre el contenido de 10 preguntas. La respuesta de la mitad más uno, entiéndase mayoría, por el Sí es una expresión democrática que permitirá seguir abriendo la trocha que conduce a una manera diversa de vivir en armonía. Este es el espíritu de la revolución ciudadana.