Aires de esperanza provienen del este de Asia. Viejos enemigos parecen cada vez más cerca de la reconciliación: los líderes de Corea del Norte y de Corea del Sur se reunieron por tres días para superar una disputa que data de la Guerra Fría.
De ese encuentro ha surgido una iniciativa que pone a soñar al mundo: que ambos países organicen los Juegos Olímpicos de Verano de 2032. Sería el colofón de un proceso de deshielo que incluiría la desnuclearización de la península coreana y la entrada de Pyongyang a la comunidad internacional.
Es un proceso ambicioso, pero realista. Hay muchos actores en escena, pero por primera vez en muchos años parece que todos están comprometidos con la paz, incluso el errático presidente de Estados Unidos. Japón, Rusia y China, que también tienen presencia en la región, han puesto de su parte para encaminar el proceso.
Se trata de un ejercicio de multilateralismo, se ha probado que el diálogo funciona mejor que las guerras y las amenazas. Durante mucho tiempo el mundo tembló por una conflagración nuclear en esta parte del planeta que podría involucrar a las potencias antes mencionadas. Sin exagerar, el conflicto coreano es un potencial foco de inestabilidad.
Ahora la comunidad internacional debe esmerarse en proteger lo alcanzado. Ningún relevo político en los países involucrados debe amenazar el proceso de deshielo. Es necesario un cronograma de desarme con veedurías internacionales y el fin paulatino de las sanciones económicas.
Las Coreas, técnicamente, siguen en guerra porque en la década del 50 solo hubo un armisticio. Es necesaria la firma de un tratado de paz. Pero hay un escollo, como Washington ha renunciado a cumplir acuerdos firmados en el pasado -como el Tratado de París o el de Irán-, ahora muchos líderes mundiales se preguntan sobre el nivel de confianza que se puede depositar en la principal potencia en el orbe. (O)