La clase media es la porción más grande de la sociedad ecuatoriana. Se trata de un ‘fenómeno’ nuevo y ocurrió tras reducir la pobreza, aumentar el nivel de ingresos y una serie de cambios en la esfera de la economía, en el acceso a la educación y en otros modos de realización personal. Todo eso genera, a la vez, una transformación en el nivel de las expectativas, consumos, usos y hasta en las visiones políticas de la vida.

En este sector social se incorporaron personas que ahora cuentan con un negocio propio, jóvenes que pueden estudiar en la universidad y aspiran a tener una profesión con la cual mejoren mucho más su bienestar. Y son también esas personas que tienen acceso a las redes sociales, se expresan políticamente a través de ellas, manifiestan sus ideas y deseos, demandan más apoyo del Estado y creen que el futuro debe ser mejor que el de ahora y, posiblemente, miran hacia otros lados (imaginarios, proyectos o postulados) para asegurarse de que su situación no retrocederá.

Y hay una realidad que está latente en esto: el tipo de consumo con el que se plantea un modo de vida. En esa clase media, además de las opciones académicas y las oportunidades concretas de trabajo, no se han gestado otros paradigmas de vida, otros consumos y unas búsquedas distintas a las que impone el mercado dominante.

Por eso se entienden ciertas reacciones cuando se perturba mediáticamente con supuestos recortes, falsos paquetazos y una cadena de rumores alrededor de una ‘inminente’ pérdida del actual bienestar.
A todo ello se suma un conjunto de acciones, mensajes, ‘memes’ y relatos políticos desde ciertos medios de la prensa comercial y grupos políticos con el único objetivo de exacerbar el ambiente y crear el caldo de cultivo para el retorno de proyectos políticos neoliberales. Ese conjunto de tareas son sustentadas alrededor de un postulado: la libertad o, con más exactitud, la supuesta pérdida de toda clase de libertades (y supuestamente la más importante: la de expresión). Y si a todo ello se le suma la presencia de unas medidas que atentarían contra el consumo suntuario de quienes creían que así podrían vivir en el mejor de los mundos posibles, con más énfasis esos actores políticos colocan los dispositivos del ‘malestar político’.

El gran detonante de todo ello, aunque parezca mentira, es una izquierda liberal y un grupo de organizaciones políticas que ha plegado ‘ingenuamente’ a esos postulados y paradigmas. Ninguno cree en un socialismo verdadero o un cambio real de las estructuras, incluidas las culturales y las del consumo. Por eso dialogan con alguna comodidad con la derecha y con las cámaras y son bien atendidos por la prensa comercial.

Obviamente el análisis de la clase media es mucho más complejo de lo que cabe en este espacio, pero por ahora habrá que reflexionar respecto a este asunto para ir más a fondo sobre los verdaderos resortes de ese supuesto ‘malestar político’ en alza.