Quien disfruta de un partido barrial, con todas sus complejidades, encantos y sencillez, nunca imagina que detrás de ese deporte y/o juego existan mafias, grupos de interés, colectivos asociados para cometer el delito de enriquecimiento injustificado. Al contrario, observa como parte de su entretenimiento o uso del tiempo libre cómo otros seres humanos se divierten en una sana y plena competencia.
Ahora nadie puede ver un partido de fútbol profesional, ni el de su selección nacional, como un mero acto de diversión de 22 jugadores en la cancha. Ya hay una visión sobre eso, y esta se asienta, sobre todo, que se trata de un juego/negocio con un sinfín de intereses particulares, comerciales, mediáticos y hasta políticos. ¿Cuántas figuras del deporte mundial son investigadas por evadir impuestos o por utilizar ciertas suspicacias legales? ¿Cuántos dirigentes hicieron de este juego/negocio una plataforma para su enriquecimiento y una red de contactos e influencias políticas y empresariales para favorecer a otras personas o grupos?
Claro, el fútbol profesional mueve muchos miles de millones de dólares por año. Y moviliza a seres humanos de toda clase, religión o tendencia política, en una aparente comunión moral con base en un concepto algo ya perverso: Mente sana en cuerpo sano. Ni los jugadores se creen ya este postulado cuando saben qué hay detrás de cada uno, en las negociaciones de sus auspicios y firma de toda clase de contratos. Mucho menos los dirigentes deportivos.
Tras lo ocurrido esta semana con 16 altos dirigentes de las federaciones nacionales de fútbol -incluida la ecuatoriana- volvemos a decir que siendo la FIFA una empresa privada transnacional, supuestamente sin fines de lucro, requiere una legislación para su control, como a cualquier otra. Hay leyes y regulaciones, es verdad. Pero solo se aplican en determinadas circunstancias políticas y de acuerdo a intereses muy puntuales. ¿Por qué salta este escándalo justamente tras la designación de la sede del Mundial de Fútbol en 2018 en Rusia? ¿Y si la sede se la otorgaba a Estados Unidos como se decía y comentaba fervientemente? ¿O acaso este secreto a voces no se oía desde hace más de una década y todo indicaba que había más bien una gran confabulación para taparlo todo?
Ocurre -además- que muchos jóvenes, cegados por el deseo de fama, gloria y mucho dinero, colocan su vida en la cancha e imaginan que por el solo hecho de jugar bien recibirán un sueldo digno. Pero ya vemos que en Ecuador hay decenas de ellos sometidos al peor maltrato laboral. Y no se diga lo que ocurre con jugadores africanos que ven en el fútbol la fuente inmediata para salir -ellos y su familia- de la miseria. ¿Cuántos no han sido víctimas de estafas, contratos fraudulentos, entre otras cosas?
Ha llegado la hora de hablar duro y fuerte sobre este tema. Ya no es un asunto menor. Todo lo contrario. Y al mismo tiempo nos obliga a pensar hasta dónde el hambre de dinero puede corromper a quienes quieren salir del hambre y la pobreza. Así no puede convivir una sociedad que se precie de cívica y democrática. Es hora de poner orden y justicia. (O)