El imaginario colectivo ecuatoriano emplea una frase contra quienes solamente hablan y hacen muy poco… o nada: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. El tema de hoy tiene que ver con los teóricos de la prensa que llamaron -en su momento- “perros de presa” a los reporteros, tomando como ejemplo a los investigadores Carl Bernstein y Bob Woodward, del Washington Post, que revelaron el escándalo político de Watergate en el mandato de Richard Nixon -1972- y produjo su dimisión dos años después.
Esta tendencia, típica de las décadas de los 70, 80 y 90, hacía mucho ruido y comparaba a los perdigueros que van detrás de la zorra en la cacería con los periodistas cuando tomaban un tema y no lo aflojaban hasta entregarlo a sus lectores. La estrategia fue utilizada para atacar a los gobiernos democráticos de Latinoamérica o vivir de ellos, pero quedó solamente en el escándalo esa forma usual de amarillismo.
Luego vino otra: la del periodismo ciudadano que buscaba desenmascarar, denunciar y ayudar a encontrar soluciones contra la creciente exclusión social practicada por las élites, en la que importaba menos la transparencia de la verdad que las discusiones instrumentales. A esto lo llaman ahora responsabilidad social y es la vía que utilizan los medios públicos de comunicación del Gobierno para revelar los atropellos que, en nombre de la libertad de prensa, provoca la prensa corrupta. Las presunciones de inocencia de estos encantadores de serpientes, mediante la compra de conciencia a los mal llamados magistrados de las cortes de justicia, serán reveladas por este diario. Buscaremos como “perros de presa” la restitución del dinero arrebatado al Estado en contratos millonarios que terminaron evaporados, cuarteados y, por último, demolidos. Pero también procuraremos, en la medida de nuestras posibilidades y restricciones, soluciones definitivas contra el poder ilegítimo de los barones de la prensa que están usurpando libertades para defender sus intereses.