Las elecciones de ayer prueban una vez más hasta dónde la ciudadanía adquiere peso en la dirección política de los cambios, a pesar de la dura hegemonía conservadora que aún pervive gracias a un poderoso aparato mediático y financiero. Más allá de los resultados y de sus efectos inmediatos hay que valorar el significado de la campaña electoral. Como nunca antes ese bipartidismo se desnudó ante su propio electorado: comprometido con los grandes intereses empresariales y financieros; sometido al escrutinio público por la corrupción de la que no se siente responsable sigue insistiendo en el mismo modelo; y, sin considerar la pluralidad en su más amplia y sustancial definición, menosprecia a la ciudadanía y a las nuevas generaciones. Evidentemente para Europa lo ocurrido ayer en España servirá para pensar de otro modo ese modelo que se ha instaurado desde la Unión Europea. Por todo ello, después de estas elecciones existe otro perfil político para España y en él abundan algunos retos para consolidar su democracia. Y en ese sentido es de esperar que sea para mejorar la calidad de vida de todos. (O)
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