Groucho Marx decía con ingenio: “Perdónenme si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”, cuando se dirigía al público que lo escuchaba atento a lo que ese conjunto de cejas y bigote, exageradamente pintados, era capaz de improvisar. ¿Y a qué viene todo esto? A la forma en que los espectadores de los informativos de los medios privados de televisión tendríamos que dirigirnos, si tuviéramos la facultad de interactuar con los lectores de noticias, convertidos en líderes de opinión solo porque Dios es grande. Nos referimos concretamente, si operara el milagro, al doctor Alfredo Pinargote y al señor Alfonso Espinosa de los Monteros. Nosotros, el público, esa masa anónima convertida en porcentaje, cada mañana y cada noche sentimos que nos arrebatan el derecho a formar nuestro propio y legítimo criterio sobre los hechos que ocurren en el país y que nos afectan o favorecen.
Pero nos sentimos abusados cuando, utilizando ilegítimamente la generalización -que para un periodista, medianamente formado, no se debe utilizar si no existen fuentes que aporten y fortalezcan la noticia-, nos transmiten el resentimiento corporativo de un grupo que percibe al Gobierno y al Jefe de Estado como una amenaza a sus intereses económicos y la rentable influencia. A esto le llaman democracia y libertad de expresión.
¿Será que alguna vez levantaron sus voces de protesta y no los vimos cuando determinados agentes político-partidistas intentaron mancillar el honor del Presidente de la República? ¿Habrán encontrado algo que valga la pena destacar dentro de la monumental obra social emprendida por el régimen? No, solamente críticas y partidización frente a la consulta popular. Esto se llama deformación de la verdad para modelar una opinión pública favorable al sector social al que pertenecen.
Así que, caballeros, como que ya los vamos conociendo mucho más de lo que suponen.