El 2014 nos dejó varias lecciones. La principal: aprender de las virtudes de la estabilidad política y de la confianza en las instituciones democráticas. Y algo más: la unidad nacional no es una idílica consigna sino una suma de esfuerzos, no exenta de conflictos y dificultades, contradicciones y malos entendidos.

Como ningún otro país, Ecuador es ya un referente de varias virtudes y logros para otras naciones, en muchos campos. Incluso, como nunca antes, los aprendizajes propios nos han servido para elevar nuestra autoestima, porque tenemos resultados positivos de iniciativas colectivas, méritos individuales y políticas públicas eficaces en la búsqueda del bienestar general.

Más allá de las disputas políticas, exacerbadas por ciertos medios de comunicación, los ecuatorianos vivimos y gozamos de una estabilidad que por más de una década no tuvimos, la cual nos negó calidad de vida, democracia plena y prestigio internacional. Y, en el marco de esa estabilidad, en el año 2014 creció la economía, disminuyó la pobreza, se fortalecieron procesos institucionales, mejoró la administración de justicia y el combate al crimen organizado, la educación alcanzó éxitos inigualables en nuestra historia, la obra pública no se frena y la integración regional se afianza. Por supuesto, hay temas complejos y conflictivos que han desatado disputas y hasta escándalos innecesarios. Mucho más cuando, después de las elecciones municipales de febrero, ciertos sectores y actores políticos imaginaron el inicio del fin de un proceso político legítimo y el retorno de aquellas fuerzas y personalidades que ya gobernaron el país.

En lo más complejo está la propuesta de reformar la Constitución por vía de la enmienda. Esa es quizá la única bandera de los opositores, porque no han dicho nada de cómo afianzar la democracia participativa y soberana. Y desde el Gobierno hay todavía incertidumbre si una consulta popular -tanto para ese como para otros temas- consta en su agenda política. De hecho, para el Gobierno y su movimiento político, el 2014 no ha sido fácil. Y posiblemente el 2015 será una dura prueba para su sostenimiento y continuidad como la fuerza hegemónica para sustentar el proyecto iniciado en Montecristi, encarnado en la Constitución de 2008, que no es un documento escrito en piedra.

Además, la reducción de ingresos por la caída del precio del petróleo no puede ser motivo para la euforia opositora, sino para convocar a las inteligencias para concebir y construir estrategias dentro del proyecto de cambio de la matriz productiva. Y en ese sentido, habrá que privilegiar a la producción y al consumo internos. Eso pasa también por generar iniciativas creativas con base en las políticas públicas ya diseñadas.

El recorrido ha sido duro pero fructífero, y así tiene que pensarse el nuevo año. Nada nos ha llegado gratis. Lo más significativo ha sido gobernar con dignidad, soberanía, honestidad y -sobre todo- pensando en las mayorías. Solo así se puede construir verdadera unidad nacional, por encima de las diferencias políticas.

Ahora tenemos las bases puestas para dar un salto de calidad en nuestra convivencia democrática. Si dejamos atrás esas aspiraciones personalistas y corporativistas, seguramente hay muchas más cosas en común por las que bien vale la pena todo tipo de diálogo, confluencia y concurrencia para retos históricos.

Si algo debería caracterizar al 2015 sería ese diálogo franco, donde la pauta y la iniciativa las debe tomar el Gobierno, con base en la Constitución, las leyes y las responsabilidades éticas y sociales. Un diálogo, diverso y plural, para forjar nuevos escenarios de cara a la gente, no para saldar cuentas personales o recuperar privilegios.

Un viejo principio dice que quien no aprende de la historia está condenado a repetirla. Y tenemos por delante la obligación de forjar una nueva y plena historia.