Ecuador vivió este 22 de octubre una nueva jornada de protestas, esta vez convocada por el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y respaldada por la FEUE, la FESE y la UNE.
El objetivo de esta marcha era, en palabras de sus organizadores, rechazar la política económica, los acuerdos con el FMI y la Ley Humanitaria, medidas antipopulares que si bien han sido dolorosamente necesarias, dado el gran endeudamiento dejado por el anterior gobierno, han asfixiado la débil economía de los hogares ecuatorianos, más aún con una pandemia que no termina de desaparecer y que tiene en vilo a la ciudadanía.
Se calcula que en Quito fueron 2.000 las personas que recorrieron la avenida 10 de Agosto, la Plaza del Teatro y la Plaza de Santo Domingo, esta última con un conato de disturbio que pudo ser controlado por los agentes policiales.
Las marchas se desarrollaron también en Guayaquil, Cuenca y capitales de provincia desde las 16:00, bajo un riguroso control policial.
Que el poder radica en el pueblo es un hecho inapelable, y que el ciudadano proteste es legítimo, pero todavía con el rescoldo de lo sucedido en octubre del año pasado (cuando vándalos con preparación insurgente irrumpieron en la Contraloría y en un canal de televisión para incendiar y destruir todo lo que encontraron a su paso) las autoridades gubernamentales se vieron abocadas a poner vallas en algunos lugares para proteger los bienes patrimoniales.
De todos modos, el numeroso contingente policial dispuesto por las autoridades en los alrededores de Carondelet no hizo mayor esfuerzo para disuadir a los manifestantes porque esta vez protestaron, tal como habían anunciado, pacíficamente. Y no hubo infiltrados oportunistas. (O)