El 9 de enero se recordaron 20 años del reemplazo de la moneda ecuatoriana, el Sucre, por el Dólar como medio de intercambio regular. La decisión (planificada o desesperada) del gobierno de Jamil Mahuad intentaba detener una crisis que llevó al cierre de bancos, congelamiento de ahorros, cierre de empresas y, lo más grave, a la migración de millones de personas al exterior, lo que causó desintegración familiar y social cuyas secuelas todavía siente el país.

La dolarización causó polémica durante su instauración. Las críticas iban desde lamentos por la presunta dificultad para el manejo cotidiano de la población de la divisa extranjera, pasando por las denuncias de una maniobra política para favorecer a grupos poderosos con la medida, hasta el duelo por la pérdida de la moneda nacional.

Transcurridas dos décadas, todavía hay voces que lamentan la decisión; le atribuyen, sobre todo, efectos económicos negativos como la pérdida de competitividad de las exportaciones nacionales debido al manejo de una divisa fuerte. Esas críticas, sin embargo, no mencionan que antes del cambio de moneda las quejas por la escasez de ventas y la invasión de productos del exterior solían atribuir esa situación a la debilidad del Sucre.

Tampoco toman en cuenta que las constantes devaluaciones de nuestra moneda, que generaban su debilidad, licuaron los salarios y la capacidad adquisitiva de los ecuatorianos, sobre todo de los sectores menos favorecidos, empobreciéndolos por más de 20 años.

Las recientes generaciones no saben lo que es una devaluación ni que los ingresos familiares se reduzcan de un momento a otro en el 10%, 30% o más por ciento. Y quienes lo vivieron y lo sufrieron tampoco dan muestras de extrañar esos fenómenos, a pesar de lo que diga la teoría económica.

En resumen, la dolarización trajo estabilidad al país. No obstante, Ecuador aún tiene tareas pendientes como la reducción de la inequidad y la generación de un crecimiento económico sostenible. (O)