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Los libros de historia impusieron al reino español del siglo XVI la metáfora de “el imperio donde jamás se ocultaba el Sol” por la cantidad de territorios invadidos y “colonizados” (se extendía desde México hasta las Filipinas). Pero las decisiones emanadas de la monarquía dejaban huellas en distintas latitudes. Cinco siglos después, y con la arraigada idea de la “aldea global”, el mundo escuchaba ayer con nerviosismo cómo demócratas y republicanos debatían sobre el aumento del techo de su capacidad de endeudamiento. Sin embargo, luego de semanas de cabildeos, el presidente Barack Obama anunció -con un inocultable rostro de amargura- que había un acuerdo para subir el tope en 2,1 billones de dólares, cifra que se alcanzará a través de reducciones en “gastos locales” por 900.000 millones de dólares. Según los voceros, los programas de salud para adultos mayores (Medicare) o de seguridad social no serán afectados, pero los ingentes gastos militares apenas se reducirán en 350.000 millones de dólares en diez años. Lo cierto es que el Senado deberá analizar los términos del acuerdo; entre ellos cómo será el levantamiento del límite de la deuda, si será en forma escalonada y por una cantidad idéntica al volumen de recortes públicos que se acepten y si, en ningún caso, cargará de impuestos a las mayores fortunas, que es lo que les interesaba, en el fondo.
Aún no se percibe que los demócratas radicales o la extrema derecha del “Tea Party” tengan intenciones de pronunciarse en positivo.
Para muchos analistas, las campañas bélicas iniciadas en la administración de George W. Bush sentenciaron a la economía estadounidense.
El primer ministro ruso, Vladimir Putin, calificó ayer a Estados Unidos de “parásito” de la economía mundial por la permanente inestabilidad que ocasiona con su desproporcionada deuda. Esta no volverá a ser votada en enero próximo, como querían los republicanos, sino que será automática hasta comienzos de 2013.