El ideario matutino de radioemisoras, periódicos y canales privados de televisión está construido sobre una verdad -la de sus propietarios- y nace, aunque no lo acepten, de la democracia y tolerancia a la diversidad que tanto critican.
Esta contradicción engendra una curiosa paradoja: la desnaturalización de las acciones del Gobierno Nacional en beneficio de sectores históricamente vulnerables por la soberbia y marginación, y ese altruismo liberal que favorece únicamente a sus intereses corporativos.
El asunto es que dar a otros lo que les corresponde de la riqueza mal o bien habida es un delito, y lo único cierto es que nada de lo que haga el régimen merecerá un titular en sus informativos. Este quisquilloso afán de polemizar por cualquier movimiento generado desde Carondelet revela -y no lo pueden disimular- ese hipócrita halo de santidad para manejar el poder político y económico desde sus escritorios.
Esta viscosa moral lo único que ha logrado es abrir los ojos de la ciudadanía, que le ha perdido el miedo a la verdad unidireccional; esa actitud, si es que no lo saben, se llama promiscuidad elevada a la categoría de conducta.
La credibilidad de sus productos está erosionada y son meros negocios de improvisación antes que de comunicación objetiva.
Incluso han llegado al extremo de juzgar los contenidos de los medios públicos, anteponiendo un moralismo ramplón, extremada pereza intelectual y todo el inconformismo crítico que los debilita a medida que lanzan “palos de ciego” -con el perdón de quienes viven a oscuras- contra ellos mismos. Pero la leyenda negra va quedando atrás. La gravedad de sus hechos y omisiones condujo a los ciudadanos a pronunciarse en la consulta popular y referendo sobre la necesidad de que asuman la responsabilidad ulterior, tengan el valor de reparar los contenidos discriminatorios y sientan que el Estado ha puesto un freno a la voracidad que les ha permitido tomarse espacios exteriores a su especificidad empresarial.