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Es un triunfo histórico: por segunda vez Cristina Fernández gana en primera vuelta. Para más: es la primera vez que una presidenta latinoamericana es reelegida. Y por último: ha ganado a la oposición más férrea, sostenida y apoyada por los grandes emporios de comunicación, con una sola carta de presentación: colocar a la Argentina en una estabilidad económica boyante y política sin precedentes, tras varios lustros de crisis.
Con el triunfo de este domingo, los argentinos no le han dado carta blanca a Fernández para hacer lo que quiera, le han garantizado un respaldo absoluto a su proyecto político, sustentado en una respuesta masiva al modelo implementado bajo el esquema y doctrina neoliberales.
Bastaría revisar las cifras, como ocurre acá en Ecuador, para saber por qué la gente apoya a los actuales mandatarios latinoamericanos. En el caso argentino, el crecimiento es del 8%, la tasa de desempleo bajó a 7,2% después de haber vivido tasas por encima del 20% a principios de este siglo. Y a ello se suman las ayudas sociales, como el acceso a la jubilación a cientos de miles de personas que quedaron desprotegidas, entre otras.
Y otro dato significativo es que la oposición, aparte de reconocer el triunfo, ha confesado que sus administraciones fracasaron y que la actual ha colocado a Argentina, de nuevo, en el escenario internacional, económico, político y cultural, como lo que siempre fue: una potencia.
Sin embargo, como coinciden muchos, los grandes derrotados de esta contienda son los medios de comunicación o sus empresas editoriales. Por más de dos años hicieron una campaña -parecida a la que ocurre ahora en Ecuador- para señalar a Fernández como la principal enemiga de la libertad de expresión. Si fuese por los titulares de los diarios Clarín y La Nación, Argentina estaría en su peor momento y por tanto Cristina Fernández no debería ser la presidenta. Por ello, esa batalla desatada por los medios los ubica como actores políticos derrotados, al servicio solo de sus intereses y no de sus lectores.