Todos los analistas económicos auguraban en 2008 la peor de las suertes para el país, debido a la crisis financiera internacional que arrasó el sistema financiero de Estados Unidos y Europa.
Los bancos centrales de estos conglomerados se vieron obligados a destinar millonarios rescates económicos para evitar una recesión generalizada.
La caída de grandes y emblemáticas firmas asustó a los inversores y la burbuja del mercado inmobiliario, haciéndole honor a su nombre, estalló. El impacto afectó a lo que quedaba de las economías globales. En Ecuador, la crisis no tardó en llegar: primero se criticó al Gobierno por no tomar medidas destinadas a enfrentarla y subestimar el problema. Cuando el Ejecutivo impulsó varias medidas se dijo que eran insuficientes. Después llegó el reporte sobre el desempleo que superaba el 10%. Era el peor de los escenarios posibles, pero los voceros del régimen insistían en que era una situación pasajera.
Para varios líderes empresariales, Colombia y Perú eran un ejemplo de lo que el libre comercio con Estados Unidos y Europa significaba en momentos en que todo seguía temblando, como en los grandes sismos. Este falso blindaje también fue penetrado por la onda expansiva.
Lo cierto es que, a pesar de sus presagios, tres años después el país presenta un sobresaliente comportamiento económico, reconocido por la Cepal, con un crecimiento de 8,6% en el primer trimestre del año, una cifra sorprendente y que los escépticos no la esperaban.
El desempleo también se ha reducido y el sector productivo no petrolero crece de manera significativa. El desastre, el caos y la quiebra financiera nunca llegaron. Al contrario, se han creado nuevas fuentes de empleo.
El presidente Rafael Correa lo dijo: “Un desempleado en la calle es una mala noticia, lo importante es seguir trabajando”. El llamado es para empresarios y trabajadores deseosos de aportar con su esfuerzo para introducir de una vez por todas a Ecuador al siglo XXI.