De manera escueta el Diccionario de la Lengua Española define populismo: “tendencia que pretende atraerse a las clases populares”. El historiador, abogado y miembro de esa Academia, capítulo Ecuador, Fabián Corral, profundiza el vocablo y lo califica como “enemigo de la democracia liberal” que, sin embargo, usa los mecanismos electorales para ganar, afianzarse en el poder, cambiar las reglas del juego por vía del referendo y perpetuarse. Especialmente en América Latina los populismos tienden a aferrarse al poder; aunque muchos se acaban cuando el caudillo se muere.
No es el caso de Argentina porque muerto el caudillo (Juan Domingo Perón) otros se encargan de revivir su memoria y encarnarse en sus ideales. Esto explica por qué, después de tantos años de su muerte, sus ideas continúan vigentes y su imagen trasciende a varias generaciones. Cada cierto tiempo se produce un reciclaje de los mismos personajes que logran atraer a las clases populares con discursos redentores que se traducen en caudales de votos.
El manejo de la economía pudo ser un desastre, lo mismo la corrupción, pero los políticos se reinventan y vuelven en ese país que, hasta mediados del siglo XX, estaba entre las cinco mayores economías del mundo.
Es un país con enorme territorio, casi en su totalidad productor de carne y cereales, cuenta con educación de excelencia (una de sus universidades está entre las mejor catalogadas del planeta). Detalle importante es que está considerado entre los países que más libros lee y sus recursos naturales le permiten autoabastecerse y exportar los excedentes.
Pero no solo el populismo es el culpable de la crisis económica. El actual gobierno de derecha no ha logrado mejorar los índices de la economía y eso el pueblo en las urnas no lo perdonó, de acuerdo con las elecciones del pasado domingo 11 de agosto de 2019. Y también es paradójico que ese mismo gobierno, tras la derrota y para recuperar votos, ofrece ahora alza de salarios, quitar el IVA a productos de consumo popular como el pan y la yerba mate. (O)