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El Telégrafo

Amargura y verbalización de las frustraciones ajenas

28 de mayo de 2011

Las expresiones de violencia nos mantienen ocupados las 24 horas del día. Estamos durmiendo, como dice René Perez, “con un ojo abierto y el otro cerrado”, pues se habla mucho del tema… tal vez demasiado. Es como si al mencionar con insistencia y las debidas exageraciones lo que nos está pasando estuviéramos generando más de lo mismo.

En esta tarea ayudan con mucha mala fe algunos medios de comunicación, ahora adheridos al amarillismo al que repudiaron alguna vez con esa despreciable muletilla de que “en mi canal hacemos crónica roja con smoking”. Estos profetas del desastre, que nos inyectan diariamente una dosis demencial de hechos focalizados entre los sectores más pobres de la ciudad, están multiplicando la paranoia nuestra de cada día. Ojalá lo tengan claro estos puristas del comportamiento ajeno, seudoperiodistas que ensucian la objetividad de la noticia con sus comentarios, que son responsables de gran parte de nuestro insomnio, y el endeudamiento para enrejarnos y amurallarnos.

Otros estamos desarrollando un sentimiento de fuga que nos ponga lo más lejos posible de un país que está reconstruyendo la fe en sus instituciones y en las potencialidades de los “mansos de corazón”. Lo que estos pacificadores y aprendices de políticos han hecho tiene nombre y se llama desestabilización, porque ese Ecuador al que nos acostumbró el caudillismo oligárquico durante décadas se fundamentaba en la fuerza de una sociedad civil armada -los sobrevivientes aún están convencidos de que la sociedad son ellos y el pueblo nosotros- con capacidad bélica para defenderse y atacar, incluso  a quienes convirtieron las deudas o los falsos rumores en sus enemigos. Así que desarmarlos no ha sido tan difícil; lo duro ha sido administrar  el derecho al pataleo y ese falso alineamiento con los sectores más vulnerables de esta región, a quienes ellos mismos satanizaron como portadores del delito y todos los pecados que arrastra la pobreza. Por ello, el ministro del Interior, José Serrano, se ha propuesto reposicionar a la Policía para devolvernos el sueño reparador y la confianza en la institución, con un plan estratégico de seguridad que será manejado por grupos de élite en los lugares más críticos del país.

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