En los últimos días oímos que una sola persona se atribuye la representación absoluta de todos los habitantes de la ciudad más grande y populosa del Ecuador, que es Guayaquil. Y esa persona se jacta de que nadie podrá ofender a ‘su’ ciudad con ninguna ley, norma, competencia o regulación. Para ello insiste que consultará a la población guayaquileña sobre temas como los pasajes del transporte urbano, cuando en esta ciudad hay asuntos de suma prioridad, de perspectiva histórica y de hondo contenido ciudadano, que no se abordan ni en el Concejo municipal ni en ningún otro espacio. Por todo ello, más que un uso político coyuntural de la guayaquileñidad hay que imaginar una sociedad más activa y participativa en la toma de todas las decisiones.
Ser guayaquileño no es una marca, es una expresión de la concurrencia de todos los habitantes del Ecuador que encontraron aquí un espacio para su bienestar, más allá de coyunturalismos, y mucho menos de personalismos muy utilitarios.