El reto de los próximos años está en complejizar los sentidos del cambio
se ha insistido de distintas formas que el cambio de paradigma, de época o de horizontes no puede ocurrir de un modo “natural”. De hecho, ningún cambio está dado solo por unas fuerzas anónimas u ocultas. De algún modo, una ideología, unos líderes o unos movimientos empujan los procesos hacia destinos u horizontes marcados por lo que unos seres humanos imaginan, sueñan o rechazan desde y de su presente.
A partir de ahora se definen algunas ideas: bien sea para iniciar una nueva etapa, para dar continuidad a otra o para proponer más y nuevos contenidos a este devenir. Y ellas siempre contendrán un componente polémico y complejo para cualquier persona que imagine cómo sostener este proceso de transformación de una época.
Hay momentos en los que la mayor preocupación política y hasta filosófica es imaginar cómo nace la nueva era y cómo muere la vieja. Y en ese momento (de absoluta tensión) hay unas subjetividades en juego que tiran la cuerda hacia una de las dos tendencias: no dejar morir lo que está por desaparecer y no dejar nacer lo nuevo, a la vez que acelerar esa desaparición y posibilitar ese otro nacimiento.
Hoy es uno de esos días cuando se mira hacia adelante con mucha imaginación y esperanza. Como ahora, Ecuador ha tejido muchas ilusiones sobre su futuro inmediato cuando acude a las urnas. Como un hecho práctico e histórico, simbólico y cargado de sentidos, el sufragio universal también advierte cómo queremos sentirnos en una colectividad: ¿cohesionados, confrontados, en búsqueda de objetivos comunes, en la más absoluta dispersión política y/o en la complejidad social tensa? Todo eso a la vez, y también con el deseo intrínseco de que el tiempo nos de la razón por las decisiones tomadas.
Por eso, además, hace falta abrir más el cauce de los diálogos y los debates. A la vez, consolidar esa disputa plena y legítima para dialogar y debatir desde posturas claras y asumidas desde ideologías concretas, no de eslóganes.