La aventura llegó a su fin
La calle San Francisco, en el pueblo Piedra de Vapor, era el último tramo por el que los atletas del Huairasinchi debían transitar. Ya no tenían el ánimo que mostraban en la partida, el sábado pasado; lucían cansados, con ojeras y con toda su indumentaria enlodada, después de las tres últimas etapas. Atrás quedó el frío y la lluvia del páramo, pues el sol y la humedad en Puerto Quito eran intensos. La motivación de los participantes era que el último día de carrera y la meta estaban cada vez más cerca.
Algunos equipos decidieron continuar, a pesar de que fueron descalificados en etapas anteriores, mientras que otros estaban incompletos, pues sus integrantes sufrieron lesiones que les impidieron concluir la carrera.
En total, la mayoría de las escuadras recorrió 30 kilómetros entre trekking, remo y cuerdas. Parecía poco, pero la gran dificultad era el tiempo que les tomaría cumplir con cada prueba.
El río Caoní esperaba a los deportistas, que llegaron luego de una etapa en bicicleta; lo primero que debían sortear eran esas aguas, a través de un sistema de dos cuerdas paralelas. A ellas se enganchaban con dos mosquetones. La prueba consistía en cruzar una distancia de 60 metros sobre el río y luego continuar en kayak.
El equilibrio era lo fundamental en ese tramo, ya que debían dar pasos cortos y seguros para no caer y complicar su recorrido.
El equipo Karen’s Aventura Briko llegó al punto de partida y de inmediato los 4 integrantes ajustaron sus arneses y empezaron a cruzar, uno por uno. La capitana, Olga García, fue la última en partir, pero tuvo dificultad cerca de la mitad del trayecto por su estatura, ya que el cable superior estaba muy elevado para poder alcanzarlo con sus manos. Apenas se sostenía, por lo que uno de sus compañeros regresó para ayudarla y así concluir con el reto.
Estaban peleando por el cuarto o quinto lugar, pero los retrasos ya no significaban mucho, pues las escuadras que iban por delante sacaron una gran diferencia y quedaba poco tiempo como para poder remontar.
Después debían trasladarse cerca del Caoní para empezar con el kayak, por 17 kilómetros. Debido al calor, no fue necesario vestir ropa térmica; pero el casco y el chaleco salvavidas eran obligatorios. Después de dejar las cuerdas atrás, caminaron con el kayak en sus hombros unos 300 metros hasta llegar el río y emprender el viaje.
Se trata de un caudal de categoría 2-3; es decir, aguas muy rápidas, por lo que el esfuerzo de los deportistas para remar y llegar hasta el punto de control fue mayor a lo esperado.
Los 17 kilómetros los hicieron en un promedio de 2 horas. Algunos, como Paúl Riera, de Tradding Express, pedían un tramo más largo, sin imaginar lo que les esperaba después. Al salir del agua debían llevar nuevamente los kayaks a otro punto, a 600 metros, para luego continuar con 5 kilómetros a pie y llegar a la meta, que fue ubicada en la escuela fiscal Nela Martínez.
Después de cuatro días intensos de competencia, el dolor corporal era notorio, sin embargo, trataban de opacarlo con buen sentido del humor. Ni los mosquitos, que abundaban en la zona, interrumpían su desempeño; solo querían llegar a la meta, que después de salir del río parecía muy distante. Las cabezas de ganado, que se observaban por la zona, lucían impávidas ante el paso de los atletas y seguían centradas en comer pasto. Por moverse con rapidez, los participantes ni esquivaban el lodo que se había formado en algunos sectores del trayecto.
Ya en la meta, los equipos de abasto los esperaban con la comida y una nueva muda de ropa. En la llegada, que estaba a pocos metros, destacaba un gran inflable de la organización, junto a un podio para premiar a los participantes.
Tecnu, equipo de Estados Unidos, apuraba el paso en la recta final y su capitán, Kyle Peter, los motivaba a gritos para alcanzar el objetivo. Por el mismo lugar pasó Tradding Express y cerca de la entrada a la escuela los esperaba un grupo de gente, que los recibió con espuma de carnaval, antes de cruzar la llegada.
Después de los abrazos entre ellos y el grupo de provisiones, subieron al podio, recibieron una medalla por haber concluido la prueba y sacaron una botella de champagne para celebrar como lo hacen en los grandes premios de Fórmula 1.
Mientras unos llegaban, otros se alistaban para partir. En los baños de la escuela se improvisaron unas duchas para que los competidores se limpiaran luego de la prueba final. Familiares y amigos de algunos participantes llegaron a ese punto para recibirlos, después de pasar 4 días lejos de ellos.
“Fue una carrera muy extensa. Tuvimos algunos problemas en el páramo, pero afortunadamente pudimos terminar sin complicaciones”, comentó exhausto Alfonso Cedeño, de Nuvinat. Los extranjeros, que llegaron en busca de nuevas sensaciones, pusieron al límite su capacidad física, pues competir en condiciones diferentes, como la altura, representaba un gran atractivo para ellos.
Los 409 kilómetros de la décima edición del Huairasinchi quedaron atrás; y las huellas de los deportistas aún se ven impresas en cada metro de la ruta, como testigos silenciosos de que por allí, con esfuerzo y valentía, pasaron