El microteatro sigue cautivando a los guayaquileños
Una vez que se cierra la puerta de la sala, un conflicto se desarrolla y dos actores se convierten en los protagonistas de una historia que removerá sentimientos en tan solo 15 minutos. Es una experiencia acogedora, en ocasiones abrumadora y hasta jocosa.
El público también se involucra y es parte de la escena porque, a menos de un metro, se logra percibir la respiración de los intérpretes, el olor de sus trajes y la adrenalina; incluso, fuera del guión, un tropiezo con el espectador servirá de excusa para proferirle un intimidante comentario que le provocará risas. Aunque se trate de drama o comedia, pese a que el guayaquileño prefiere lo segundo, es una certeza que el teatro se ha afianzado en las entrañas de esta ciudad. Gestores y promotores de proyectos teatrales atribuyen la acogida al formato de corta duración que en Guayaquil se desarrolla en varios escenarios como El Altillo, La Fábrica o Muégano, pero con más ahínco en Pop Up, teatro café.
Este lugar, al igual que los otros, permite consumirlo a bajo costo y disfrutarlo en un ambiente que se genera en los exteriores de sus 5 salas con otros complementos como la gastronomía y el encuentro entre amigos.
Un espacio para experimentar
Ricardo Velasteguí, propietario de Pop Up, es un actor y productor guayaquileño que ha estado inmerso en el teatro desde hace 12 años. A un mes de cumplirse el primer aniversario de la apertura de su local, recuerda que la iniciativa nació a partir de los comentarios tanto de sus colegas como de conocidos que consideraban que algo así necesitaba Guayaquil.
Comenta que fue parte del reducido grupo de artistas que producían obras en el ya cerrado Microteatro Miraflores, del director Jaime Tamariz, pionero del teatro en formato corto de la urbe. Sin embargo se presentaba una limitación en su espacio, que aunque acogedor en la fachada y en sus propuestas escénicas, no resultaba interesante para los actores, quienes pensaban que debían producirse más funciones. Esta situación fue aprovechada por Velasteguí, quien con el apoyo de su familia abrió este negocio en junio de 2016. Desde entonces logró multiplicar la producción teatral tanto de profesionales locales como de extranjeros, así como de estudiantes de la carrera de artes escénicas.
Víctor Acebedo (en el centro) en Molino Azul, donde interpreta a la Palumbo.
De lo cliché a lo profesional
Reconocidos rostros suelen deambular por los pasillos de este lugar ubicado en Urdesa Central, en Circunvalación Sur y Ébanos. Uno de ellos es el de su esposa y también actriz, Adriana Bowen, recordada por su papel de antagonista en la novela La Trinity; o el de Víctor Aráuz, famoso por interpretar a Paquito en la novela Los Hijos de Don Juan; o el de Jorge Tenorio, más conocido como ‘Omega’, popular por dar vida a un agente fiscal en la película Sin muertos no hay carnaval.
Este último es uno de los que se han sumado a seguir experimentando y desarrollando roles, algo común entre los artistas que ejecutan obras en este espacio. Claro que a diferencia del resto y para llegar al reconocimiento que hoy tiene, Tenorio tuvo que interpretar papeles estereotipados por ser de raza negra. “Vivir en Guayaquil y no acostumbrarse a esto es algo irreal”, comenta en tono sarcástico, y agrega que para avanzar tuvo que hacerse de oídos sordos y llegar a la posición de rechazar papeles en los que su trabajo no se consideraba serio.
Relata que hace 7 años era un escritor de rap y producía temas con Jhonny Lexus, pero gracias a los castings que realizó para el programa Vivos, el productor Jorge Toledo apostó por su talento y le delegó personajes que le abrieron cancha en la televisión. Uno que rememora es el de Yoni Veo, en la serie La pareja feliz, donde interpretaba al conserje del condominio donde vivían la ‘Mofle’ y el ‘Panzón’.
En esta producción pudo desarrollar la comicidad implícita detrás de una caracterización que invitaba a la burla sobre la raza y la discapacidad. Pero fue la obra Negro de mierda, del fallecido dramaturgo ecuatoriano Luis García Jaime, la que le dio el papel que lo sumergió en su pasado y con el que revivió el odio racial que solía proyectar.
“Hacer este personaje, vivirlo en una noche, hacerlo en 3 funciones, con la misma carga emocional, con ese dolor y repitiendo, me desgastaba, pero me gustaba mucho”.
En cambio Noralma Reeves, quien se graduó en la carrera de Dirección y Actuación Escénica en el ITV, dio sus primeros pasos rodeada de los profesores que hoy son sus colegas de escenario. Ella forma parte de la agrupación Actantes y, al igual que Tenorio, celebró el homenaje a García presentando Se necesita cocinera, una obra en la que personifica a una asistente doméstica, sin autoestima ni educación, que cree que será despedida por sus patrones. Cuando repasa lo positivo del microteatro dice que el entrenamiento constante es uno de los beneficios, al igual que el montaje rápido porque siente que cada vez se hace más complicado acceder a teatros grandes por el alto costo que demandan.
También resalta la cercanía con el público y sus reacciones, lo que ayuda a improvisar y poner en práctica sus destrezas en escena. “Lo positivo es que el público está tan cerca que sientes su energía y si se conectan es que los tienes ahí”. Mas cree que lo negativo es la falta de educación de ciertos espectadores, que interrumpen la escena sin considerar que los actores se están debatiendo entre los nervios y la concentración.
Ricardo Velasteguí y José Rengifo en la comedia Chente y Pepucho.
La importancia de la formación
Florencia Lauga, actriz argentina, está radicada en Guayaquil desde hace dos años por invitación de un colega ecuatoriano. La revolución teatral estaba en su apogeo y por su especialidad en doblaje podía manejar el acento neutro que aplica en sus montajes, una habilidad que le abrió camino para vender sus propuestas en Ecuador.
“Es el país donde transformé mi vocación en profesión; empecé a trabajar en esto con continuidad, incluso estrené obra propia; tal vez el hecho de que el ambiente artístico no fuera tan grande me permitió rápidamente hacerme un lugar”, asegura la bonaerense que inició su carrera a los 9 años.
Desde su llegada hasta hoy ha recorrido todas las salas de teatro de la ciudad. En Pop Up comparte escenario con Frances Swett en la pieza teatral Dos Mujeres, del autor argentino Javier Daulte.
La trama expone un momento en la vida de Alejandra y Clara, quienes se preparan para recibir a un hombre al que contactaron a través de una revista y la espera transcurre en medio de un diálogo salpicado de humor, nervios, boicot y drama.
Lauga le da vida al personaje colorido y extrovertido, pero termina entristecido. La gente suele preguntarle cómo hace para llorar en la misma escena por las 3 funciones que le toca presentar.
“La actuación es una disciplina como cualquier otra, que se estudia y se entrena (...) aquí mi experiencia fue ir a tocar puertas porque hay que generar, buscar castings, oportunidades, crear”, sentencia, y se asombra de la crítica de los actores ecuatorianos sobre su formación. Opina que la ausencia de escuelas de teatro es la causa de la falta de profesionalización.
Su coterráneo Víctor Acebedo coincide con este argumento por su experiencia como docente de artes escénicas en universidades reconocidas de Guayaquil, además de realizar proyectos que abordan el arte y la discapacidad.
Licenciado en Arte dramático, Acebedo manifiesta que el problema de los que incursionan en esta carrera radica en el perfil y en la falta de criterio porque ha observado que muchos prefieren cinco minutos de fama y no desarrollar el contenido de sus propuestas con seriedad. Como reside desde hace más de 20 años en la ciudad se siente capaz de atestiguar contra aquellos actores que se popularizaron en las décadas de los 80 y 90, quienes no exponen ni participan con propuestas en este formato corto.
Él considera que con esta modalidad el actor rinde examen cada 15 minutos y que su predisposición está a la orden del día porque así demuestra su profesionalismo, pues requiere investigar al personaje, contar su historia, escenificar su entorno y desarrollar un conflicto.
A su criterio esto habla de la construcción del actor y el beneficio que otorga a la sociedad. “Yo no sé si estos grandes actores de toda la vida tienen esa información, lo más seguro es que no porque se criaron en otros medios, nunca rindieron examen y fueron directamente consagrados”, sentencia el productor y gestor cultural. (I)
Fotos: William Orellana
De izquierda a derecha:
1. Florencia Lauga, actriz y escritora
Entre sus papeles destacó en Julio, el musical de ‘JJ’ en el que interpretó a Gloria Reich, una vedette argentina novia del ‘Ruiseñor’ que desarrolló un perfil conflictivo, pudiendo aplicar su especialidad en acento neutro.
2. Jorge Tenorio, músico y actor
Protagonizó varios papeles secundarios para series como Vivos, Revivos, La Pareja Feliz y El Cholito. En esta última protagonizó a Kike, el camarógrafo del jocoso periodista interpretado por David Reinoso. ‘Omega’ es compositor de rap.
3. Ricardo Velasteguí, actor y productor
Además de actor es libretista, guionista y dirige sus obras en Pop Up, local de su propiedad. También es parte del elenco de la producción Cuatro Cuartos, novela de drama y comedia transmitida por TC, a las 20:30.
4. Noralma Reeves, actriz y docente
Ha desarrollado papeles dramáticos en producciones como Desaparecidas, en donde personifica a una mujer encarcelada a causa de la dictadura de la década del 70. Desde hace un año incursionó en la comedia.