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Un museo renovado evoca a los próceres y al pueblo

 Un museo renovado evoca a los próceres y al pueblo
03 de agosto de 2011 - 00:00

Como todos los años, el Museo Alberto Mena Caamaño, del Centro Cultural Metropolitano, recibió ayer a cientos de visitantes durante los actos de conmemoración de la masacre del 2 de Agosto de 1810.

Aproximadamente 100 personas acudieron, al sitio cada hora, desde las 09:00 hasta las 16:00.

Sin embargo, en esta ocasión, la dirección del CCM, a cargo de Alicia Loaiza, presentó una propuesta museográfica actualizada, preocupada por contar las luchas independentistas dentro de un contexto sociopolítico enriquecido, en el que se reivindica la participación de  líderes barriales, mujeres, afrodescendientes y cientos de anónimos que durante aquellos días de rebelión popular perecieron en el Cuartel Real y en las calles de la ciudad.

René Anacleto, instructor de un campamento vacacional para niños, volvió al sitio después de 20 años, ahora tiene 43. Lo primero que le admiró fue la organización del personal y de los mediadores dispuestos a lo largo del recorrido. “Yo me siento realmente asombrado de ver cómo ha mejorado la infraestructura del museo, las reseñas de los actores están muy claras y yo me voy con muchas cosas nuevas aprendidas”, dijo, al terminar un recorrido que duró entre 35 y 40 minutos.

A las 10:30, el alcalde de la capital, Augusto Barrera, llegó también al lugar y comprobó que aquella historia redundante que mostraba, hasta hace poco un museo de cera folclórico y anquilosado en acartonamientos, hoy es más cercano a la comunidad. “¡Qué bueno que hayan reivindicado a Manuela Espejo en esta historia!”, le comentó Barrera, en voz baja, a la directora de este Centro. “Son los tres hermanos Espejo: Eugenio, Manuela y Juan Pablo”, le aclaró ella, cuando fueron sorprendidos por la voz de un Eugenio Espejo en carne y hueso.

En efecto, con un recurso museográfico  bien logrado, a cargo de un grupo de estudiantes universitarios, se recrearon ciertas escenas históricas en las que cobraron vida Pedro Vicente Maldonado,  José Mejía Lequerica, Manuela Sáenz, Simón Bolívar, y, por supuesto, Eugenio Espejo, el Duende de la colonia, como se hizo llamar en aquella época por pintar sus consignas en las paredes quiteñas. A estas escenas clásicas se suman ahora nuevos recursos museográficos, como una línea del tiempo que contextualiza las luchas quiteñas en un escenario internacional conflictivo, con una España decadente y una Europa invadida por pensamientos ilustrados y por el ideal liberal tras la Revolución Francesa de 1789.

Antes de llegar a la emblemática escena de la masacre del 2 de agosto de 1810, las figuras en cera de un grupo de niños: un montubio, una kichwa amazónica, una indígena de la Sierra, un afroecuatoriano y un mestizo, sostienen  una pieza con la forma del Ecuador. Representan a la nación con la mirada puesta en el futuro. “Ofrecemos mostrar cada año algo nuevo para contar la historia”, dijo  Loaiza, finalmente.

A las 11:40, junto con el vicealcalde, Jorge Albán, y varios concejales, el alcalde Barrera entregó una ofrenda floral frente al mural de la escena de la masacre. Luego de cantar el Himno Nacional, sonaron las notas solemnes de una trompeta, que dio a la jornada un matiz de emotividad.

Anacleto, sonriente y curioso, salió del museo y se dirigió  hacia la cripta de San Agustín, del otro lado de la Plaza Grande, para visitar el lugar donde reposan los restos de nuestros héroes, los representantes de un pueblo de carne y hueso.

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