Los autores compartieron un siglo marcado por las guerras y una noción contra el olvido
"Si abandonamos la poesía corremos el riesgo de devaluar el espíritu democrático"
Cuando Elie Wiesel subió al estrado donde se le entregó el Premio Nobel de la Paz, en 1986, rememoró las escenas, que aún tenía claras, de su traslado a los campos de concentración, solo por ser judío. Le preguntó a su padre: “¿Puede ser esto verdad? Esto es el siglo XX, no la Edad Media. ¿Quién puede permitir que se cometan crímenes así? ¿Cómo puede el mundo permanecer en silencio?”.
En su interpelación hacia el niño que fue y pasó su infancia en la condena nazi, Wiesel solo puede responder que intentó mantener la memoria viva, intentó luchar contra aquellos que olvidan. “Porque si olvidamos, somos culpables, somos cómplices”, se decía a sí mismo.
A pesar de que tras el Holocausto, Wiesel evitó hablar de ello por una década, su obligación con el pasado era ineludible. Intentó no olvidar. Escribió decenas de ensayos y novelas sobre su experiencia. El primer libro fue La Noche, publicado en 1955 y traducido a más de 30 idiomas, según la Fundación Eli Wiesel para la Humanidad, organización que creó junto a su esposa y que presidía. En él relata su vergüenza por permanecer en silencio tumbado en el catre mientras su padre era golpeado.
Sus causas fueron la defensa del Estado de Israel. A través de su fundación defendió a los judíos de la antigua URSS, los desaparecidos de la dictadura argentina, los refugiados de Camboya, los kurdos o la lucha contra el apartheid de Sudáfrica. El autor y activista murió el sábado 2 de julio, en su casa en Manhattan, a los 87 años.
El último mito de la poesía francesa
Yves Bonnefoy creía en la poesía como un modo de acción, una forma particular de cuestionar el mundo. Creía que la democracia es un modo de hacer sitio para dar cabida a la realidad de los otros. “Por eso creo tanto en la poesía, porque es el origen de la conciencia democrática. La poesía restituye la presencia de los otros y nos hace respetarlos. Si abandonamos la poesía, que es lo que ahora está sucediendo, corremos el riesgo de devaluar el espíritu democrático”, dijo Bonnefoy hace aproximadamente un año, en una visita a Madrid.
Nacido en Tours, Francia, en 1923, fue cercano a André Breton y los surrealistas tardíos. Bonnefoy compartía con los surrealistas su apego “por intensificar la conciencia y la palabra” a partir del lenguaje poético.
De acuerdo al poeta y traductor español Martín López-Vega, “su poesía, despojada casi siempre de referencias superficiales y enemiga de la exhibición erudita, escondía tras su hondura transparente a un creador reflexivo como pocos acerca de los matices de su arte. No es casualidad que dedicara, a lo largo de toda su vida, brillantes ensayos a Rimbaud y Baudelaire”.
El autor, varias veces candidato al Premio Nobel de Literatura, falleció el viernes 1 de julio, en París, a los 93 años. (I)