Selva Almada contra los prejuicios
La escritora argentina Selva Almada (Entre Ríos, 1973) visitó el país la semana pasada. Al igual que otras destacadas literatas de su generación -como la mexicana Guadalupe Nettel-, uno de sus libros más leídos no es ficción.
En Chicas muertas (Random House, 2014) narra su investigación sobre tres femicidios (de Andrea Danne, María Luisa Quevedo y Sarita Mundín) cometidos en la década de los ochenta.
Los casos de violencia sobre los que habló con familiares de las víctimas, jueces y hasta una vidente, tuvieron un eco cuestionable en su contexto: las vidas de las chicas muertas se pusieron en tela de juicio, para ver si desde allí se explicaban.
Almada no está de acuerdo con el fenómeno de exaltar los prejuicios. “En esta sociedad hay varones que creen tener derecho sobre esas mujeres, por eso pasan cosas como las que les pasaron a ellas”.
Antes de dar una conferencia sobre su narrativa, Almada habló con este Diario sobre la importancia que tiene reconocer la impunidad más allá de cómo llevan su vida quienes han sido vulneradas, agredidas, asesinadas.
Una de las tres historias sirvió para un cuento incluido en el libro El desapego es una manera de querernos (Random House, 2015). ¿Cómo fue el proceso de llevarlo a la ficción?
“La muerta en su cama” es una reescritura de “La chica muerta”, que formó parte de Una chica de provincia, un libro que está descatalogado.
Lo había escrito con lo que recordaba del caso, antes de hacer la investigación. Pero luego me di cuenta de que se trataba de habladurías, cosas que se decían sobre Andrea y que no se correspondían con lo que iba conociendo. La reescritura sí se hizo a la luz de lo que había encontrado.
¿Qué decía al inicio sobre ella?
Que había estado en un baile y que, camino a casa, alguien podía haberla seguido. Pero no había salido de casa, el relato tenía datos erróneos.
¿Las expectativas que traen los relatos sobre femicidios están condicionadas por el activismo?
Ya hoy casi no hay diarios en Argentina que llamen crimen pasional o violencia doméstica a los femicidios. Eso me parece un avance porque ya no lo vinculan a las telenovelas. Más allá de que se trate de conceptos, apelan al sentido común, a lo colectivo y usar el nombre que corresponde hace pensar a la gente que si se llama femicidio es porque tiene una particularidad que no tienen otros crímenes. Y apelan a ser conscientes.
¿Debe haber límites a la hora de narrar estos casos?
Entiendo que poner un protocolo sería encorsetar la manera de escribir, de comunicar. Pero así como hay un protocolo para tratar los suicidios, estaría bien que haya otro para los femicidios.
Que no se siga alimentando el prejuicio, que no se destaque que alguien usaba piercings o había dejado el colegio como si fuera justificativo para que la maten. Eso sería reforzar lo que la gente ya piensa, y se necesita cambiar de lugar. Hay que apuntar a que las personas entiendan que no es válido, no es natural que un tipo, loco de celos, asesine a una mujer. No puede ser eso. (I)