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Seis artistas hacen “Presencias”

Seis artistas hacen “Presencias”
22 de enero de 2013 - 00:00

Esas frases aprendidas al pie de la letra, que constituyen una verdad incuestionable, que son acaso porque ya estaban, le dan al individuo la impresión de que sabe sobre algo. Cuando dijo Sócrates “sólo sé que nada sé, y aún de lo que sé no estoy seguro”, lejos estaba de imaginar que su frase se convertiría en máxima, lo que a la larga constituye un lugar común.

Es paradoja: Nadie hoy pone en duda lo que ha dicho, aquella frase formulada precisamente para cuestionar. Y la primera exposición de este año en Galería NoMínimo, “Presencias”, agrupa la obra de seis artistas de Guayaquil, que ponen en entredicho aquellos paradigmas en los que creemos, casi siempre por herencia cultural, aquello que ya estaba ahí y fue aprendido antes siquiera de preguntarnos por qué.

“El primer amanecer del mundo”, obra de Ricardo Coello, coloca el dibujo de dos espejos en niveles distintos de la galería, unidos por un hilo de papel, desordenado, caótico, que viaja en zigzag y otras formas incontrolables entre uno y otro.

Fracasan los espejos como reproductores de un momento fugaz. Dice Romina Muñoz, curadora de la muestra, que estos espejos son una heterotopía “en que entran en crisis un cúmulo de realidades: la de una imagen proyectada, una memoria muerta y el discurrir del tiempo”.

El recorrido continúa con “Osamentas”, una serie de imágenes de Ilich Castillo. Interesado en experimentar con el audiovisual, el artista ha hilado un discurso sobre la pertenencia de la imagen, a partir de sus sueños, en los que el subconsciente le muestra a otras personas elaborando obras de arte que él después presenta como propias.

Este plagio onírico que le ha significado una crítica a un sistema de apropiación de imágenes que se conciben en un mundo donde las ideas tienen dueño, cuando las imágenes que captamos, como las influencias intelectuales o políticas, son siempre proyectadas por alguien más.

Por su parte, Adrián Balseca ha creado “Fundiciones (todo ladrón será quemado)” un relato de contradicción que suena en una campana con la que el espectador puede interactuar.

Fundida a partir de una tapa de alcantarilla que el mismo Balseca se llevó de una calle quiteña, el objeto revuelve un bagaje de significaciones nada despreciable, acaso más por sus alcances que por su cantidad, que tampoco es mínima.

22-01-13-cultura-cuadrosEn la campana está tallada la frase “todo ladrón será quemado”, curiosa sentencia que reposa sobre un ícono del cristianismo, uno que anuncia a sus seguidores qué hora es, que es tiempo de despertar, dormir o de asistir a la iglesia.

“Fundiciones” habla también de ese aviso del pillo camarada, cómplice benevolente que interpreta el papel de alarma para el ladrón que comete el robo.

Pedro Gavilanes, en “Insinuaciones”, toma tres obras célebres de la historia del arte, y con una capa de acrílico transparente, las deforma, las difumina, volviéndolas tan solo una sugerencia, o como propone el título, una insinuación.

“El meticuloso trabajo y la dimensión escultórica de estos retratos intenta fijar y a la vez diluir de manera contradictoria el lugar histórico de estas representaciones. Parece revelarnos ese deseo de orden existencial que determina al hombre, el de querer capturar lo que no se deja atrapar”, explica Muñoz en el texto curatorial.

“El escudo de Satán”, obra de Stéfano Rubira, está formado por una esfera de cristal que encierra, en sus 5 centímetros de diámetro, una representación de una de las fases de la Luna. Es, talvez, una cita a aquella dialéctica que convierte a los fenómenos naturales en una herramienta -que se pretende incontestable- para vaticinar el futuro, en un ejercicio que se reviste de una onda apocalíptica que termina por convertir a la sublimidad de la naturaleza en un aspecto secundario.

Cita Muñoz en su texto: “... me recuerda a una frase del célebre teórico alemán Aby Warburg: ‘la observación del cielo es la gracia y la maldición del hombre’. El pensamiento encierra todas las contradicciones y afecciones del alma humana en su intento por conocerse y conquistarse”. Habla de esa dialéctica en que la razón niega a lo sobrenatural, aspectos que pese a ser asumidos como irreconciliables, no dejan jamás de habitar siempre en una misma persona.

Muñoz ha incluido en “Presencias” dos obras de la última exposición de David Federico Uttermann (“Historias de fantasmas para adultos”): “La cámara de los esposos” y “Siempre vivirás en mí”, obras que ponen en entredicho la capacidad de supervivencia de la historia como relato construido por escribas.

Es decir: el relato está intervenido por criterios que lo resumen, lo simplifican, lo transgreden, en un ejercicio que convierte, de alguna forma, en anónimos a los personajes que por efectos prácticos no pueden ser incluidos en la historia. “La cámara de los esposos” es el título de un ‘readymade’ de Uttermann: un armario donde está escarbada -al revés- la leyenda “Aquí es maravilloso”, del poeta Rainer María Rilke, reproducción del mismo armario, con espejos en que el abuelo del artista decidió retratar el reflejo de sus parientes en una reunión familiar en 1922.

Uttermann invade el espacio de sus propios recuerdos, vulnera a la memoria, no necesariamente al modificarla, más bien porque la exhibe mostrando lo frágil que es, como en la otra obra que ha incluido en “Presencias”, llamada “Siempre vivirás en mí”, colección de fotogramas, también de su familia, llenos de esos granos del celuloide, esos espacios en negro, vacíos, que asaltan a las proyecciones de las películas de rollo cuando uno va al cine.

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