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Su trabajo hace interactuar software y máquinas con la naturaleza

Paúl Rosero interpela al "capitalismo cognitivo"

Imagen de la instalación que relata la historia (real y ficticia) del meteorito que cayó en Daule.
Imagen de la instalación que relata la historia (real y ficticia) del meteorito que cayó en Daule.
Cortesía de Paúl Rosero
16 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

‘El lugar donde se pesca con red’, la muestra que inauguró el artista Paúl Rosero (Quito, 1982) en la galería de Arte NoMínimo, tiene dos espacios con relatos diferentes. En la planta baja se enfrenta la historia ficticia y real del meteorito que cayó en Daule, en 2008, y se dividió en tres (cada pieza con un destino distinto). En la planta alta está la escultura de un bosque blanco en la que convergen lo natural y lo modificado. En una semana, como uno de los 10 ganadores de becas del Premio Nacional Mariano Aguilera, presentará una instalación-video en la que trabaja la idea de los “sistemas híbridos”.

La obra de Rosero tiene como constante el uso de distintos medios. Usa máquinas, software y dispositivos. A través de esta base genera una colaboración con especies naturales, se cuestiona la territorialidad, las formas de generar conocimiento no desde una producción científica, sino desde el arte.

En la instalación ‘Roca # 3 (Meteorito de Daule)' Rosero organiza los distintos elementos que evidencian la caída de un meteorito en Daule hace ya casi una década. El primer vestigio lo tiene en observación por 10 años -periodo que en uno termina- las Fuerzas Armadas del Ecuador. Llegó allí luego de que un campesino fuera convencido por militares de que aquel objeto caído del cielo le podría ocasionar cáncer. El hombre ya no quería que lo molestaran y lo entregó.

La segunda pieza que cayó la encontró otro campesino y, en lugar de contarlo, lo mantuvo en secreto hasta que unos hombres que se dedican a la recuperación y venta de meteoritos en el mundo -“una especie de ‘cazameteoritos”, diría Rosero- se lo llevaran. Ellos lo dividieron y actualmente lo venden en la página Ebay. La tercera parte de este cuerpo del espacio exterior estaría en un estero habitado por lagartos.

Rosero toma las fotografías de los objetos que existen y desarrolla un método para hallar el meteorito que está en el estero lleno de lagartos. Construye un formato para el objeto desconocido, e idea cómo sería esta tercera roca, la forma que tendría, su composición, el tamaño, de acuerdo a las otras dos que vio y ya tienen propietarios. Narra cómo se formó el meteorito en el espacio exterior, a través del diseño de la vía láctea.

De la pieza faltante del meteorito diseña un boceto, mapas, formas y los mezcla en su instalación con modelos del espacio que dejó aquel objeto en la tierra y las evidencias que existen de él. Cada pieza plantea la forma en que se puede ganar a través del conocimiento. “El militar se aprovecha del campesino engañándolo, basándose en un conocimiento que el campesino no tiene. En el otro caso los tipos se aprovechan y se lo llevaron. Es esta idea del capitalismo cognitivo, del poder a través del conocimiento y del aprovechamiento que es uno de los temas de esta situación geográfica y geopolítica”, dice Rosero.

¿Quién es el dueño de este objeto? ¿Es deber de la ciencia tomarlo del territorio en el que cayó para investigarlo o les pertenece a quienes los coleccionan y a sus aficionados? “El meteorito que no tiene evidencia es el más real”, le dijo un espectador. Para él, aquel boceto que construye el artista es como el mapa del tesoro, para identificar un objeto que no se conoce aún, pero del cual no existe aún un propietario.

En cambio, la pieza escultórica que presenta Rosero en NoMínimo está activa. El artista idea un pequeño bosque de plástico orgánico que en su creación fue intervenido con un hongo comestible llamado “melena de león”. El hongo crece y se funde con el plástico sin que sea posible diferenciarlos.

En el proyecto que presentará el 23 de junio en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito toma como punto de partida dos volcanes activos, el Tungurahua y el Cotopaxi. En su entorno produce una experiencia de sitio con una impresora en 3D. La moviliza y registra en video creando la sensación de estar pintando el paisaje, del páramo al glaciar. Con un software sonoriza las vibraciones inaudibles que luego se transformarán en otra materia. 

Rosero busca producir conocimiento a través de un trabajo interdisciplinario, el uso y creación de tecnología con fines específicos, dependiendo de la propuesta. "En el mejor de los casos quisiera generar preguntas. No considero que el arte sea comunicación necesariamente. Me gusta la idea, no de confundir porque eso puede ser fácil, más bien hacer pensar, que el espectador se cuestione sobre su propio ser”, dice Rosero.

El artista Adrián Balseca destaca la forma en que el logos de las ideas en la obra de Rosero se origina en una aparente universalidad de grandes temas y agendas, “a su vez que se aciertan en relatos locales específicos. ‘Historias ‘mínimas’ (microscópicas en varios casos) tejidas con grandes relatos históricos, que develan estructuras de poder. En este sentido el proceso detrás de sus obras es clave para develarnos (al espectador) una perspectiva ampliada sobre su universo”, señala Balseca.

Anamaría Garzón, una de las curadoras del Premio Mariano Aguilera, considera que Rosero, al igual que los otros 9 artistas que este año desarrollaron sus trabajos en el marco de la beca entregada, “incorpora al arte ecuatoriano dentro del discurso de la contemporaneidad, es parte de una generación que rompe con el discurso del arte contemporáneo moderno” al trabajar nuevas temáticas desde su propio territorio de forma multidisciplinaria. (I)

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