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Ecuador, 29 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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“O come o se muere”: la rebeldía en Julio A. Mella (I)

El 25 de marzo de 1903 nació en la capital de Cuba Julio Antonio Mella, hijo ‘bastardo’ de una relación extramatrimonial entre el sastre dominicano Nicanor Mella Breá y la joven irlandesa Cecilia McPartland Diez. Sus padres se llevaban entre sí 31 años, lapso mayor que la edad que alcanzaría en vida su primogénito, asesinado a los 25 años en México.

En esa breve vida, Mella se las arregló para convertir a la universidad cubana en un espacio político nacional; sacar de sus casillas al dictador cubano Gerardo Machado; convertirse en líder latinoamericano, atentar contra la oligarquía mexicana -por el grado de su inmersión en el sindicalismo de ese país- y ser considerado por el stalinismo como una amenaza para la ‘unidad’ del movimiento comunista en la época.

El padre de Mella -hijo de un general, héroe de la independencia dominicana- era dueño de una de las sastrerías más famosas de la ciudad y mantuvo a su hijo como el alumno mejor vestido de la Universidad de La Habana; le inculcó la pasión por la vida de los patriotas de la independencia latinoamericana; lo introdujo en las lecturas políticas; le envió $ 80 mensuales al exilio cuando su vástago sufría la miseria; pagó sin pensar las altas fianzas que le impusieron a Julio Antonio, y movió cielo y tierra para liberarlo de prisión cuando su huelga de hambre.

Sin embargo, Mella fue un hijo ‘bastardo’ para otras de las ‘familias’ de las que formó parte.

El joven líder fundó el Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana en 1922, asumió su presidencia meses después y tuvo que renunciar luego al cargo acusado de vocación dictatorial y de poner en peligro la marcha de la reforma universitaria por su militancia política ‘sectaria’ con el movimiento obrero y con el naciente comunismo cubano.

Formó parte del grupo reducido que fundó el primer Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, y fue separado meses después por sus actos ‘individualistas’, ‘inconsultos’ y carentes de ‘solidaridad clasista’, ‘verificables’ en una épica huelga de hambre de 19 días.

Siendo uno de los ideólogos primeros del ‘nacionalismo revolucionario’, su filosofía fue presentada por el marxismo soviético como un eufemismo que escondía pactos secretos con el pensamiento burgués. Fue de los dirigentes principales del Partido Comunista de México. Enfrentado al ala derecha de ese grupo, fue denunciado como traidor en materia ideológica -o sea, ‘trotskista’- por desarrollar una política hacia el movimiento obrero que contravenía la doctrina de Stalin.

Cuando Mella se declaró en huelga de hambre -del 5 al 23 de diciembre de 1925- el Partido Comunista cubano, pequeño, muy golpeado, inexperto, le envió dos mensajes para que desistiese de su propósito. La huelga de hambre no era una tradición de combate revolucionario con historia propia en Cuba -quizás Mella llegó a ella por el conocimiento de la experiencia irlandesa- ni una estrategia aceptada por el movimiento comunista, que abogaba por la ‘lucha de masas’.

Desde su camastro, Mella sostuvo un combate de 400 horas contra todos los ejércitos: contra el Estado cubano, contra la cultura del sistema de dominación imperante, contra la fuerza brutal de una dictadura, pero asimismo contra los dogmas revolucionarios de su época.

Machado, ‘Mussolini tropical’, había gritado en la desesperación del asesino: “O come o se muere”. Mella perdió 35 libras y debió ser alimentado a escondidas por sus amigos con sueros de nutrientes de huevo para evitar la muerte, pues se dejaba morir por la justicia. Pero venció mitológicamente, sin comer hasta que obligó a Machado a rendirse. Pocas veces un dictador de ese poder fue doblegado por el espíritu de un hombre solitario, ya famélico y agónico tendido en una cama frente al mundo. Sin embargo, el Partido Comunista cubano reclamó de Mella el desconocimiento de aquellos dos mensajes, que este aseguró no haber recibido.

Leemos atónitos las actas de esa discusión dentro del partido, pero es preciso comprender el espíritu de la época y las condiciones de la lucha de tales hombres.

Mella fue acusado por cometer un acto ‘individualista’ y fue sancionado, de inicio, a separación del partido por dos años y de la vida política cubana por dos meses.

Su defensa en el juicio político nada tiene que ver con una autoinculpación y menos con una rendición moral: el mismo hombre que venció a Machado arrostró lo que es más difícil: el juicio en contra por parte de sus propios compañeros, la reprobación de sus ideas por parte de la ‘teoría revolucionaria’ y el anatema de la más alta dirección de la lucha contra su proceder. Mella también resultó, solitario y agónico, vencedor en la contienda.

Ya en México, su política lo situaría contra el ala derecha del Partido Comunista de México (PCM), defensora de la política de Stalin. El partido mexicano había sufrido la fractura de su dirección entre 1925 y 1926, al tiempo que devenía caja de resonancia de la Internacional Comunista para América Latina. En ese contexto, los conflictos en el partido soviético repercutían con crudeza en su hermano menor mexicano.

Mella enfrentó otro combate político al interior del propio espectro revolucionario, del que nuevamente quedaría mal avenido con los padres de la familia.

Sin ser seguidor abierto de Trotsky, sostenía dos grandes focos de tensiones con el PCM: el primero de ellos, alrededor de la cuestión obrera y sindical, y el segundo, sobre su proyecto de preparar una insurrección armada que desembarcase en Cuba para la lucha revolucionaria contra Machado.

Fue destituido de la directiva del partido y volvió a quedar como el rebelde gritando su herejía: entonces suspendió toda colaboración con el PCM y prosiguió con su proyecto, contra la teoría tenida por revolucionaria y de la sacrosanta política de la Internacional.

Mella fue por ello un hijo ‘bastardo’ que convirtió la rebeldía en naturaleza. En su tan breve como intensa vida aspiró a un socialismo que anunciaba, como la buena nueva de su triunfo, el “con todos y para el bien de todos” de José Martí.

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