Luis Eduardo García, escritor mexicano, autor del poemario Bádminton
"Escribir desde el feminismo puede ser visto como moda, pero es necesario"
Durante su más reciente visita al país, el escritor Luis Eduardo García (Guadalajara, Jalisco, 1984) presentó el poemario Un velo de bacterias (Ruido Blanco, 2018) en una conversación con los poetas Gabriela Vargas Aguirre y Fernando Escobar Páez, que lo acompañaron durante su estadía en noviembre.
La charla se dio en la cafetería Tres Gatos mientras transcurría la Feria Internacional del Libro y la Lectura de Quito, en la que el autor mexicano hizo un par de recitales junto a los autores Roy Sigüenza, Armando Rojas y Juan Carlos Mac Lean.
Por esos días, a mediados del mes pasado, otro poeta joven, Juan José Rodinás, tuvo que viajar a Inglaterra pero había comentado que la poesía de García “funciona mediante deslizamientos y desplazamientos de imágenes o conceptos que parecerían ajenos a la primera versión idealista y lírica de lo que debería ser un poema”.
Lo de Luis Eduardo García es un juego de la precisión en que el resultado es tan impactante como sencillo, “donde un virus troyano del lenguaje” convierte “esos poemas en criaturas disidentes, en jugueterías mutantes, en un sorprendente velo de bacterias”, reseñó Rodinás, editor del poemario que este año se ha despachado con los versos de Cuaderno de Yorkshire (Pre-textos).
Para ilustrar la portada de la antología, él, Vargas y Andrés Villalba Becdach le sugirieron a García que usara una pintura del artista letón Mark Rothko (1903-1970), a quien le dedicó el libro Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (Tierra Adentro, 2012).
“En un principio era un libro sobre la obra del pintor, pero eso lo termina devorando otra idea; queda como el cadáver de lo que yo creía que era su obra en un principio”, explicó García.
En un verso del poema titulado Habla el poeta ultra-rudo II, está: “1. Los caballos no me agradan / “2. Incluir caballos en un poema es un truco ridículo.”. Y continúa sin concesiones: “¿Qué sigue después? ¿Un ruiseñor? ¿Un pez dorado en el lago de un jardín japonés?...”.
¿Cuál es el libro sobre montañas y caballos del rumano Mircea Cărtărescu que alguna vez citó entre los primeros que lo conmovieron?
No he podido encontrarlo, recuerdo solo el comienzo, algo así como: “En el principio del mundo, cuando casi no había nada, un caballo se casó con su novia la montaña...”. También recuerdo vagamente algunas ilustraciones, pero lo he buscado en internet y no lo he hallado. Lo mantengo como un recuerdo de la niñez, de cuando tenía cuatro o cinco años.
Con el pasar de los años y de los premios -como el Nacional de Poesía Elías Nandino-, ¿siente que ha dejado de ser visceral?
Creo que lo he dejado de ser un tanto. Mis poemas se han tornado más calculadores. Trato de contener un poco más la emoción o el lirismo que ahora viene en injertos, como en fragmentos que pueden ensuciar el contexto. Ya no al revés.
¿Eso tiene que ver con el lenguaje solamente o con el entorno, la corrección actual?
No me preocupo demasiado por lo último, las zonas de corrección política que vaya a pisar. Escribo sobre aquello por lo que siento alguna necesidad de hacerlo.
Es algo que puede definirse como un rasgo generacional entre autores mexicanos...
Hay unos a quienes les importa esto, pero es difícil renegar de toda corrección política: refugiarse en esa figura de “anticorrección” puede estar a la mano para decir cualquier clase de barbaridades. Y hay autoras en México -como Maricela Guerrero o Esther García- que escriben desde el feminismo, eso es importante. Se puede ver en algún momento como un tema de moda, pero en realidad es necesario.
¿Cuándo decidió que sería escritor, poeta?
A los 13 o 14 años. Estaba en la secundaria y sucedió que con unos amigos teníamos una idea de banda de rock. No sabíamos tocar y comencé a escribir las letras para las canciones futuras. En esa experiencia encontré algo muy importante porque, en esa necesidad de escribir, cambié la forma: de letras pensadas para ser canciones a otra cosa que se acercaba mucho más a lo que se conoce como poemas.
¿Cree que lo primero que escribió pueda ser musicalizado?
Pues lo escondí, ni siquiera recuerdo en qué lugar lo dejé (sonríe). Hasta algún momento conservaba esos manuscritos pero no sé si los tiré, qué les hice. Y creo que en realidad eran bichos poco agraciados.
En este último libro hay una intención más musical que antes, de cuidar el ritmo de los textos pero lo que los sostiene es algo conceptual, no la música en sí. No han sido pensados para ser aprovechados en una canción. (I)